El gran científico Isaac Newton planteó tres leyes fundamentales de la mecánica clásica. La primera es la ley de inercia: “todo cuerpo persevera en su estado de reposo o movimiento uniforme y rectilíneo a no ser que sea obligado a cambiar su estado por fuerzas impresas sobre él”. En otras palabras, si no pasa nada extraño todo sigue igual. La segunda ley explica la aceleración: “el cambio de movimiento es directamente proporcional a la fuerza motriz impresa y ocurre según la línea recta a lo largo de la cual aquella fuerza se imprime”.
En términos matemáticos, la ecuación básica es “fuerza igual a masa por aceleración”. La idea está clara: más masa o más aceleración es equivalente a más fuerza. La tercera ley es el principio de acción reacción: “con toda acción ocurre una reacción igual a su contraria”. Eso quiere decir que las acciones mutuas de dos cuerpos siempre son iguales y dirigidas en sentido opuesto.
Si aplicamos las leyes de la física a patrones de comportamiento humano encontramos conclusiones sorprendentes. La primera ley resume, en cierta forma, nuestra vida: cuando llegamos a un objetivo prefijado tendemos a quedarnos como estamos. Lo saben muy bien muchas empresas: la mayor parte de los contratos de suministro que firmamos (luz, gas, seguros o telefonía móvil) siguen ese patrón. El hecho de que tendamos a dejar las cosas como están sirve para que de vez en cuando nos lleguen sorpresas desagradables. Por eso debemos revisar esas situaciones al cumplir cada año de contrato, pero estamos tan ocupados con nuestros asuntos que no lo hacemos. Claro que la inercia permite otras posibilidades, sobre todo en el ámbito laboral o sentimental. Pocos principios han hecho tanto daño a nuestra convivencia como el de “fueron felices y comieron perdices”, con el que terminan muchos cuentos, muchas películas…y muchas relaciones. Tenemos muy interiorizado que cuando alcanzamos un objetivo concreto ya podemos relajarnos, y es un error. Un inmenso error. Nos vamos dejando llevar y sin darnos cuenta nos convertimos en lo que la sabiduría popular llama un “hombre boya”. En el límite puede pasar que estemos fuera del mercado laboral y sin pareja. Sólo hay un camino para el desarrollo personal: la mejora continua.
La segunda ley es cierta cuando progresamos y sobre todo, cuando las cosas comienzan a torcerse. Es más fácil caer que escalar. Si adquirimos hábitos saludables tardamos tiempo en notar la mejora, pero cuando llegan los resultados lo hacen en cascada. Otra posibilidad apasionante la tenemos en el mundo del aprendizaje. Entrar en nuevos áreas de conocimiento cuesta mucho. En primer lugar, se debe entender la base. Después memorizarla y repetirla hasta que la tengamos integrada en nuestro interior. Así llegamos a la tercera fase: aprender más. La cuarta fase es de aplicación. La más fascinante es la quinta fase: investigar y aportar conocimiento nuevo.
Lo relevante: hay un momento, entre la tercera y la cuarta fase, en la que sentimos que todo va rodado. Es la aceleración de la ley de Newton. Ahora bien, para aceleración la que tenemos cuando las cosas van mal. No dejan de empeorar. El caso más claro es aplicable a proyectos en los cuales los gestores siguen obcecados con seguir haciendo las cosas igual ya que “siempre ha sido así”. Es extraño: tendemos a valorar más a las personas que se obstinan en hacer las cosas de una determinada forma. Si alguien cambia de opinión se le considera “chaquetero”. Existen dos razones para ello. La primera, el propio interés. La segunda, el cambio de las condiciones del entorno. Debemos aprender a distinguir entre un caso y otro; es una forma útil de comprendernos a nosotros mismos y a los demás.
Falta la última ley: la de acción y reacción. Aplicada al comportamiento humano, se queda corta. Una respuesta desmesurada a una acción concreta es un error. Si se aplicase la tercera ley de forma estándar, a una provocación, un insulto o un desplante responderíamos con la misma medicina. Pero volvamos a la sabiduría popular: “si quieres taza, taza y media”. Lo vemos en la polarización política: yo te insulto, tú me respondes con dos insultos, yo te respondo con tres. Ocurre en múltiples conflictos humanos: tenemos la necesidad de salir ganando y sobre todo, de contarlo después. Nos gusta tirarnos el rollo: “esta gente, ¿qué se creía? Conmigo no se puede”. Lo estamos viendo en el terrible enfrentamiento entre Israel y Hamás.
El conflicto es inherente a la vida, sea en el ámbito que sea: la lucha por los recursos siempre estará ahí. Se trata de aplicar reglas que eviten tanto sufrimiento. Aplicar la ley de “acción, reacción ampliada” nos lleva a espirales descontroladas.
¿Por qué no quedarnos en la tercera ley de Newton? Profesor de Economía de la Conducta. UNED de Tudela