Esta semana se ha celebrado la apertura del curso político en la ONU con el inicio del período de sesiones de la Asamblea General. Los debates han estado cargados de tensión y la sensación general ha resultado descorazonadora. Es muy difícil dar una lectura optimista de lo vivido, salvo quizá si pensamos que en ocasiones es necesario tocar fondo para resurgir.

El secretario general, António Guterres, ha marcado la agenda con una solemnidad acuciante. Entre los muchos asuntos planteados me permito seleccionar cuatro.

La reforma del Consejo de Seguridad de la ONU. Se trata de un asunto del que venimos oyendo desde décadas atrás y que quienes nos precedieron ya trabajaron con anterioridad, como nos recordaba el gran Stéphane Hessel en su visita a Euskadi hace unos años. Pero quizá nunca un secretario general lo ha planteado de una forma tan perentoria: “El mundo ha cambiado. Nuestras instituciones, no. No podemos abordar eficazmente los problemas tal y como son si las instituciones no reflejan el mundo tal y como es (…) La gobernanza mundial está estancada en el tiempo. No hay más que ver el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y el sistema de Bretton Woods. Reflejan las realidades políticas y económicas de 1945. El mundo ha cambiado. Nuestras instituciones, no. (…) No me hago ilusiones. Las reformas son una cuestión de poder. Sé que hay muchos intereses y agendas contrapuestos (pero) la alternativa a la reforma es una mayor fragmentación.”

La guerra en Ucrania. “Si todos los países cumplieran las obligaciones que les impone la Carta –afirma Guterres– el derecho a la paz estaría garantizado. Cuando los países incumplen esas promesas, crean un mundo de inseguridad para todos. Un ejemplo: La invasión rusa de Ucrania”. La misma semana en el mismo edificio el ministro de Exteriores ruso en el Consejo de Seguridad denunciaba, tras invadir un país independiente, que “el principio de no injerencia en los asuntos internos de un estado ha sido pisoteado repetidamente” e insistía en referirse a Ucrania como “este régimen nazi que pisotea a su pueblo”, mientras el gobierno que él representa sigue enviando bombas al pueblo ucraniano para destruir sus viviendas, escuelas, hospitales y servicios civiles.

La crisis climática. “La humanidad ha abierto las puertas del infierno”, ha afirmado el secretario general, indicando que la humanidad se encamina hacia un aumento de la temperatura de 2,8 grados, lo que supone efectivamente un desastre medioambiental, social y económico sin precedentes y un escenario de migraciones, hambrunas, inundaciones y desertificación que conlleva un gigantesco sufrimiento humano. Pero añadió un atisbo de esperanza y una llamada a la acción: “el futuro no está decidido” y el objetivo del Acuerdo de París de limitar el aumento de la temperatura lo más cerca posible de 1,5 aún es alcanzable. “Todavía podemos construir un mundo de aire limpio, empleos verdes y energía limpia asequible para todos”, afirmó. Pero para ello todos debemos redoblar nuestros esfuerzos: también usted y yo.

La Agenda 2030. Los 17 Objetivos de la agenda “no son sólo una lista de metas”, concluyó Guterres, sino que “representan las esperanzas, los sueños, los derechos y las expectativas de la gente en todas partes”. Los líderes mundiales han adoptado una declaración política en la que reconocen que los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) no se alcanzarán sin un impulso masivo a la inversión necesaria para lograr transiciones energéticas, alimentarias y digitales justas y equitativas, y para transformar la educación y la protección social en los países en desarrollo.

Como concluyó el secretario general, los retos actuales de la humanidad son universales y precisan soluciones universales convenidas entre todos los actores mundiales: “Las Naciones Unidas son el único foro donde esto puede suceder”. Bien nos vendría hoy aquel optimismo sereno, sabio, esperanzado, alegre y siempre activo, generoso, comprometido y emprendedor del viejo Hessel.