Hubo quien, en enero de 2020, nos dijo aquí que el voto favorable en la investidura de Pedro Sánchez no era posible, pero sí la abstención, porque habían percibido una ventana de oportunidad, tal vez la última, para avanzar en el reconocimiento de la plurinacionalidad de España y el derecho de autodeterminación. 4.406 inscritos de EH Bildu avalaron la postura elevada a consulta por su dirección. Paralelamente, en Catalunya, las gentes de ERC realizaron similar recorrido, seducidas en esta ocasión por el anuncio de la creación de una mesa política para la resolución del conflicto político. También en este caso se nos aseveró que el voto afirmativo era imposible.

No hay rastro de la autodeterminación y aquella mesa de nombre campanudo ha resultado ser como la comida que servía el Dómine Cabra al Buscón en la novela de Quevedo: eterna, porque no tenía principio ni fin. Un monumento a la nada. A pesar de ello, pocas dudas caben de que ambos partidos darán el salto al sí en la nueva investidura, lo cual confirma lo que algunos sostuvimos en aquel entonces, para enojo de algún propagandista: aquella abstención revestida de tono crítico se produjo solo porque el voto afirmativo no era necesario. Aclaremos que nos pareció lógico aquello y nos parecerá bien la nueva posición; agradeceríamos, eso sí, que no se nos trate de engatusar con explicaciones difícilmente digeribles. Mientras tanto, sale uno a la calle o abre uno el teléfono y se repite con insistencia la pregunta: ¿Qué hará Junts? Nadie en mi entorno parece estar interesado en saber si Pedro Sánchez y su partido moverán ficha en un aspecto que, como abertzales que dicen ser, debería preocuparles más; o lo que resulta más dramático, tampoco parece importarles mucho que no lo haga. Para frenar al facherío, consideran suficiente, amén de obligado, que los de Puigdemont doblen la rodilla, a pesar de que durante la campaña estos insistieron de manera clara que no iban a apoyar la investidura de Sánchez. En virtud de una insólita argumentación, los siete diputados de Junts se deben a las gentes que no les votaron, y no a quienes sí lo hicieron, en gran medida -precisamente- por compartir tal postura.

Advertía esta semana Josep Lluís Carod-Rovira de la falta de miradas largas en el soberanismo catalán. La que Daniel Innerarity define como dictadura de lo inmediato está haciendo imposible cualquier estrategia, también en Euskadi. Añadamos: eso, y las crueles batallas que se libran aquí y allá por la hegemonía en el mundo abertzale, perdónenme la expresión quienes (ya) no se sienten excesivamente cómodos con ella. Dice la etimología que el verbo investir tiene su origen en el vestire latino. Parece cada vez más evidente que para vestir un santo en Madrid estamos desvistiendo algunos más en nuestras propias casas. Tal vez estemos obligados a ello, pero no puede uno ocultar su inmensa preocupación por el profundo letargo en el que vive la causa nacional vasca. No está de moda hablar de ello, pero siente uno la imperiosa necesidad de expresarlo.