Las propiedades personales de los políticos están ocultando sus políticas. La atención a las características personales de quienes nos representan implica una preocupante distracción. Es lógico que al atenuarse los perfiles ideológicos disminuyan las grandes legitimaciones y las disculpas que estas proporcionaban, de manera que lo personal de quienes se dedican a la política ocupe casi toda nuestra atención, pero de esta manera nos hacemos una idea equivocada de la política y degradamos la conversación democrática.

Esta personalización puede obedecer a una estrategia de los gobernantes pero también de la correspondiente oposición. En ocasiones son los gabinetes de comunicación de los gobiernos quienes publicitan determinados aspectos de su vida personal que consideran beneficiosos para su popularidad y la contienda electoral. Puede tratarse de cosas banales, como su faceta deportiva, o unas virtudes que se consideran atractivas para el electorado. La cobertura mediática excesiva sobre cuestiones privadas de los políticos distrae nuestras prácticas de deliberación democrática. Cuanto más se focaliza la atención sobre detalles banales de la vida privada o la personalidad de quienes nos dirigen, menos capacidad desarrollamos para valorar los matices de la vida pública.

Por supuesto que se puede y se debe hablar de estas cosas, pero si todo se resuelve en una imagen personal apenas queda espacio para debatir acerca de lo que han hecho o van a hacer. Vivimos una especie de ampliación y generalización de lo privado que pesa sobre el espacio público hasta desnaturalizarlo. Esta sobreexposición de la vida privada está suponiendo una transformación de las lógicas en juego, lo que convierte a los políticos en víctimas o beneficiarios según los casos.

El tratamiento people de la información, lo que en Francia llaman pipolisation y en América cheap talk tiene unos efectos muy negativos en la vida política. Hay muchos ejemplos de ello. El affaire Clinton-Lewinsky marginó el tratamiento mediático de otras cuestiones como las nuevas propuestas políticas sobre la seguridad social, la financiación de las campañas, pero sobre todo la justificación de la posición de Estados Unidos en Irak y de su preparación a la intervención militar.

Cuando se exige transparencia, conviene no olvidar que los poderosos tienen instrumentos para hacer circular aquella información e imágenes que producen las reacciones emotivas que les son más favorables, es decir, provocando la intransparencia que les conviene. El caso de Berlusconi fue muy ilustrativo a este respecto: la visibilizacion de la vida privada de un líder genera un espectáculo gracias al cual se esconden los aspectos más propiamente políticos que deberían estar en la agenda pública; permanentemente bajo el ojo de los medios que se entrometían en su vida, pero no para evaluar sus deficiencias políticas sino para satisfacer una cierta sed de escándalos, que permitía pasar por alto lo verdaderamente importante. Como afirma Michaël Foessel, los políticos nos entretienen con ellos mismos para no tener que hablar de nosotros.

Dar al pueblo un poder ocular no garantiza que vayamos a mirar lo mas importante o lo que la sociedad necesita saber. El poder ocular del pueblo tiende a fijarse más en la persona del líder que en sus políticas. Lo que debería ser objeto de visibilidad pública no es tan interesante para los espectadores como las anécdotas y esto lo saben muy bien quienes se ocupan de la comunicación. Hacer visible las propiedades del político puede hacer invisible la vida política.

Además de que los gobiernos nos distraigan con las propiedades de sus líderes, está también la estrategia de la oposición de centrar todo el tiro electoral en las supuestas maldades de quien está al frente del Gobierno. El “antisanchismo” es un caso de manual, pero podrían mencionarse otros. Es cierto que el propio Sánchez ha contribuido a ello al hacerse valer como una personalidad resistente, como si todo su acervo político consistiera en ser un tipo duro; también ha facilitado la estrategia de la oposición el hecho de que Sánchez aceptara el envite de la derecha de convertir las elecciones autonómicas y municipales en una ocasión de validar o impugnar la política de su Gobierno. En cualquier caso, lo que me interesa de todo esto es el aprendizaje democrático que deberíamos extraer: esta excesiva personalización de la política (sea desde el gobierno o desde la oposición) transmite una idea de que se trata de algo demasiado dependiente de quienes nos gobiernan, a los que se supone, para bien o para mal, demasiado poderosos, esperando de ellos una jugada maestra o convirtiéndolos en chivos expiatorios.

Se corresponde con este dominio de lo personal la tendencia a señalar un culpable para visualizar asuntos complejos y “los políticos” satisfacen esta reducción de la complejidad: convertimos todo en política de personal y esperamos que alguien nos salve (de Sánchez o de la extrema derecha); todo se resuelve en un acto singular (una victoria contra los pronósticos o una gran derogación). De este modo perdemos de vista aquellas estructuras complejas que deberían ser el objeto de nuestra vigilancia democrática. En la actual agenda de la discusión lo importante es con quién se pacta o gobierna y no qué se hace. Si el marco del debate en las próximas elecciones generales es acerca de los posibles socios, ganará la derecha. La cuestión no es si hay que centrar las campañas en la economía o en asuntos identitarios, sino que al hablar tanto de las personas no hablemos apenas de las políticas que hacen.

Catedrático de Filosofía Política, investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco y profesor en el Instituto Europeo de Florencia. Acaba de publicar el libro ‘La libertad democrática’ (Galaxia-Gutenberg)