Traducido del inglés, “madriguera de conejo”. Es un principio, cada vez más extendido, que alude a la facilidad que tenemos de estar dentro de nuestro pequeño microcosmos y a la percepción que tenemos de la realidad. También está la célebre zona de confort de las personas, pero es capital detectar la diferencia entre un concepto y otro. En el primer caso, se trata de una madriguera que incluye, además de nuestra forma de vida (familia, trabajo, vida social o actividades personales) nuestra visión, ideas e ideologías asociadas a la misma. Aquí aparece una paradoja: las redes sociales, las nuevas tecnologías y el uso de las mismas están empequeñeciendo nuestra visión de la realidad. Por supuesto, debería ser al revés. Sin embargo, los algoritmos nos llevan a lo que más nos gusta de manera que se fomenta la polarización y el convencimiento de que nuestra posición es la mejor (es lo que yo pienso de la mía).

Pongamos el ejemplo de nuestra visión sobre los partidos políticos. Su estructura es una pequeña camarilla que dirige los designios del mismo orientada única y exclusivamente a su mercado: los votos. De la misma forma que un concesionario, una frutería o una carnicería desean vender sus productos como medio de vida, los partidos desean captar votantes como medio de alcanzar poder y recursos. Basta ver los mensajes con los que nos bombardean: buenos contra malos, esperanza contra miedo, futuro esplendoroso contra pasado tenebroso, unión de los míos y enfrentamiento de los otros. Si en el mercado de bienes y servicios la competencia es deseable y ganan quienes producen mejor, más barato y con más calidad en el mundo de la política ganan quienes engañan mejor, son más encantadores y tienen buena imagen. Es asombroso cómo se ha convertido la mentira en algo no penalizado: da lo mismo plagiar una tesis doctoral o robar en un supermercado. Unos continúan de presidentes, otros acuden como invitados de honor a programas de televisión.

Un dirigente con tirón puede no ser un buen gestor: es alguien conocido con una imagen simpática y agradable. Es algo que no ocurre en ninguna otra profesión, y eso es debido a la dificultad que tenemos para evaluar las políticas reales. De la misma forma que un deportista o un empresario es valorado por sus resultados, sean goles, ganancias o revalorización en Bolsa, un político es valorado por su simpatía o amabilidad. Es una asociación perversa: si llevo anchoas al rey, soy campechano y me aprecian más.

Pues bien, esta visión errónea de la actividad política es un caso claro de rabbit holes en un doble sentido. Por un lado, ellos tienden a pensar en ideologías y votos, de manera que adaptan la realidad a su interés. Nosotros pensamos que nuestro futuro depende de ellos cuando no es verdad: depende de nuestras exigencias. Como no existen, no pasa nada: todo el mundo sigue a lo suyo y a vivir.

Hay muchos casos de rabbit holes que generan un bloqueo importante para tomar mejores decisiones: cuadros directivos en grandes empresas, el “siempre ha sido así”, el “yo entiendo, tú no,” o el “gustará a todo el mundo”.

No podemos olvidarlo: los mayores movimientos sociales que se recuerdan en España, además de las reivindicaciones ya olvidadas respecto de la “nueva política” (en caso de duda preguntar, por ejemplo, a la alcaldesa de Barcelona), han sido debidos al descenso administrativo a segunda división de dos equipos de fútbol y por pretender subir el IVA del vino y la cerveza, medida que intentó tomar Elena Salgado.

Sí: nos hemos quedado en nuestra madriguera personal. La responsabilidad de que todo vaya bien es de los demás, sean políticos, empresarios, trabajadores o funcionarios. La valía de una persona se mide por lo que gana. Hay problemas como el cambio climático o las guerras: eso se arregla quejándonos con los amigos o a golpe de clic en Internet. Y así nos quedamos: encerrados y pasivos.

El filósofo británico Mark Fisher se suicidó en el año 2017 debido a la depresión que sufría. Una de sus obras más famosas fue Realismo capitalista: ¿no hay alternativa? En ella, critica la conjunción absoluta de las personas con el trabajo y la economía, desapareciendo así un componente humano que autores como el filósofo italiano Nuccio Ordine (galardonado con el premio Princesa de Asturias en comunicación y humanidades) han denunciado en obras como la utilidad de lo inútil.

Sí, las depresiones están aumentando. Los problemas mentales, también. No es aventurado afirmar que una de las razones por las que ocurre eso es que estamos acostumbrados a vivir dentro de una madriguera tan cómoda, fácil y sencilla a la que nos habituamos de tal manera que al salir de ella sólo vemos sombras, tinieblas y desesperanza. Sin embargo, ahí es donde está la vida. Aprendamos a vivirla. l

Profesor de Economía de la Conducta, UNED de Tudela