Ana Urchueguía es ya historia. Lo era políticamente hace doce años, cuando sus delitos eran como una bola fosforescente: se miraran por donde se miraran, había pufo y brillaban tanto que se veían venir. Para todos, salvo para el Gobierno Vasco presidido por Patxi López, que eligió la peor de las opciones: defender a la delincuente arremetiendo contra quienes contábamos la verdad, actuar con aires de matón contra una inocente nicaragüense, enfangar el nombre de la cooperación vasca y usar los resortes del poder para tratar de pasar página. Pero el mar siempre devuelve los cadáveres.

Empecemos por el inocente nicaragüense que fue víctima de la connivencia del Gobierno vasco y la dictadura de Ortega (no la llamen sandinista, que no lo es). Se llama Mauricio Cajina, era una de nuestras fuentes en Somoto. Urchueguía y la camarilla gubernamental que rodeaba a López impulsaron un juicio sin garantías en el que Cajina, atemorizado ante una dictadura, admitió lo que nunca ocurrió: que previo pago nos ofreció un testimonio falso contra Urchueguía. Un acto de cobardía que visto con el tiempo hace muy pequeños a la doña y a los asesores de López que le acompañaron en la aventura. A él le deben un explicación y una reparación. Y a los periodistas que hicimos bien nuestro trabajo, una disculpa.

Sobre la razón de que sea precisamente ahora cuando Ana Urchueguía admita que es una prevaricadora y que malversó de manera continuada caudales públicos, un par de apuntes. El pimero, que se beneficia de la reforma de la malversación. La razón: no se puede demostrar que ella se lucrara de esos delitos. Y ahora la explicación: ha resultado imposible porque hablamos de Nicaragua y nunca se respondió desde aquel país a los requerimientos sobre sus propiedades sus movimientos bancarios, amén de que tenía una cuadrilla de macarras armados dispuestos a que nadie se fuera de la boca.

Y esto de los matones armados debería trascender de la anécdota. Porque quizás convendría comprobar por qué nadie en Euskadi, y no solo del entorno de Urchueguía, se alarmó al ver las peligrosas amistades de la doña. Y por qué a nadie le extrañó que no había una factura, una, que estuviera en regla. Y que la donante, sin demasiado disimulo, pasó de donar a comprar, y de comprar a mandar, y de mandar a mangonear. ¿De verdad que a nadie le espantó que la Casa de Cultura de Somoto, levantada con dinero público vasco, tuviera por nombre el de esta delincuente?

Un último apunte sobre el papel de la prensa. Responsables de comunicación del Gobierno de López actuaron como inquisidores de periodistas que estábamos haciendo nuestro trabajo, periodistas de otros medios ocultaron nuestra investigación pero se hacían eco amplificado de las mentiras gubernamentales... y esta semana les he visto poco y mal. Doce años después, cada uno queda retratado.