No es un debate nuevo. En la UE se lleva hablando de la Autonomía Estratégica Abierta (AEA) desde hace años. Bien es cierto que en principio se ceñía a cuestiones de seguridad y defensa y hoy se ha ampliado a un concepto de soberanía europea en cuestiones mucho más globales, de índole económica, demográficas, energéticas… Sin embargo, han sido las palabras pronunciadas por Macron sobre la necesidad de convertirnos en una verdadera tercera vía en el mundo, en la batalla hegemónica en EEUU y China, las que han agitado las voces a favor y en contra en esta discusión a uno y otro lado del Atlántico. El presidente francés alertó que los Estados europeos no deben ser “vasallos”, se desmarcó de “la lógica de bloques” y se pronunció contra “la extraterritorialidad del dólar”, es decir, contra el papel hegemónico de la divisa estadounidense en la economía global. Ahora se trata de ver si, más allá de las palabras, en la propuesta de Macron existe suelo firme y capacidad de la UE para llevarla a cabo.

Dependencia económica

El Consejo de la Unión Europea del 1 y 2 de octubre de 2020 definió como un objetivo clave de la Unión “alcanzar una autonomía estratégica, al tiempo que se mantiene una economía abierta”. La Autonomía Estratégica Abierta (AEA) recoge la aspiración de la UE de proyectar de forma independiente su influencia en el escenario mundial, reforzando el marco de gobernanza multilateral y el diálogo y la cooperación con los socios exteriores, al mismo tiempo que defiende sus intereses y valores en el ámbito externo e interno. Se trata de un concepto que se había utilizado en el ámbito de la Política Exterior y de Seguridad Común de la UE, pero que se introdujo de manera más transversal en la estrategia global de la UE en 2016. Sin embargo, ha sido la pandemia del covid-19 y la guerra en Ucrania lo que ha hecho adquirir una mayor relevancia en su vertiente económica, pues se ha puesto de manifiesto la considerable exposición de la actividad económica europea a múltiples riesgos de naturaleza geopolítica. La elevada dependencia de la economía europea a este tipo de perturbaciones es consecuencia, principalmente, de su dependencia de fuentes externas de materias primas, tanto energéticas como otras fundamentales para el desarrollo de nuevas tecnologías.

El papel del euro

Estas cuestiones han llevado a la Comisión Europea y al Consejo a situar la AEA como uno de los ejes de sus actuaciones para fortalecer la resiliencia de la economía y del sistema financiero de la UE y para reforzar su integración a escala global. Así, en enero de 2021, la Comisión propuso reforzar la autonomía estratégica en el ámbito financiero y de los sistemas de pagos con actuaciones en dos vertientes. La primera tiene como objetivo aumentar la relevancia internacional del euro, promoviendo su uso y el de instrumentos e índices de referencia denominados en euros, y fomentando su papel como moneda de referencia en sectores clave, como los de la energía y las materias primas. La posible introducción de un euro digital formaría parte de este conjunto de iniciativas. En la segunda vertiente, se han identificado acciones para reforzar la resiliencia de las infraestructuras de los mercados financieros de la UE, y mejorar la efectividad y autonomía del régimen de sanciones de la Unión.

Menos, y menos relevantes

En este debate el factor clave se basa en reconocer que el peso de Europa en el mundo está disminuyendo. Hace treinta años, representábamos una cuarta parte de la riqueza mundial. Se prevé que en 20 años no representemos más del 11% del PIB mundial, muy por detrás de China, que representará el doble, y por debajo del 14% que corresponderá a Estados Unidos, al mismo nivel que la India. La conclusión es sencilla. Si no actuamos juntos ahora, seremos irrelevantes, como muchos señalan de forma convincente. La autonomía estratégica es, desde esta perspectiva, un proceso de supervivencia política. En este contexto, nuestras alianzas tradicionales siguen siendo esenciales, pero no serán suficientes, puesto que las diferencias de poder se están reduciendo, el mundo será más transaccional y todas las potencias, incluida Europa, tenderán a ser también más transaccionales. Debemos ser muy realistas porque la autonomía estratégica no es una varita mágica, sino un proceso a largo plazo para que los europeos tomen as riendas de su destino, para defender nuestros intereses y valores en un mundo cada vez más hostil, un mundo que nos obliga a confiar en nosotros mismos para garantizar nuestro futuro.