Si a finales de la década de los 80 del pasado siglo hubieran preguntado a la ciudadanía vasca sobre posibles propuestas de regeneración de la ría de Bilbao, apenas nadie habría afirmado que la puesta en valor de aquella zona en decadencia económica, urbanística y ambiental, pasaba por un proyecto museístico transoceánico que transformara no sólo el paisaje urbano de la ciudad, sino que aportara cultura de vanguardia internacional y un nuevo sello de identidad y orgullo de presente y futuro al viejo botxo. Díficil sería imaginar que desde la orilla de las sucias aguas del Nervión se pudiera beber, parafraseando al poeta y escritor Joxean Artze, un agua nueva de la vieja fuente (iturri zaharretik, ur berria) que irradiara un renovado impulso socio cultural y económico de primer orden para toda Euskadi (Bilbotik Baionara que cantara Imanol Larzabal).

Sin embargo, en aquellos años convulsos de conflicto económico y violencia política, la transformación-revolución vino de la mano, con una importante dosis de osadía y gran determinación, de un modelo institucional vasco basado en el eje colaborativo público-privado. Y así, aquella apuesta de país que fue tachada de faraónica por los extremos políticos vascos (y por algunas voces del PSE) y que costó la vida del ertzaina José María Agirre Larraona (asesinado por ETA en la explanada del museo), es hoy una pujante realidad que ya en 2017 había triplicado en ingresos económicos los aproximadamente 133 millones de euros que costó su edificación.

Y como la desmemoria es ejercicio habitual en esta sociedad de lo inmediato y efímero a un tiempo, donde el reconocimiento a las hacedoras y hacedores del presente y futuro de nuestro país se reduce a un liviano apretón de manos y a un simple abrazo de compromiso social, es justo recordar, en su más profunda acepción etimológica de “volver a pasar por el corazón”, a aquellos artífices institucionales del que conocemos con satisfacción como efecto Guggenheim: Joseba Arregi Aramburu (consejero de Cultura del Gobierno Vasco), Juan Luis Laskurain (diputado de Hacienda de Bizkaia) y el lehendakari José Antonio Ardanza Garro.

Hoy, 25 años después de la inauguración del maravilloso emblema de titanio del arquitecto Frank Gehry, la Euskadi del siglo XXI tendrá en Donostia la sede del sexto IBM Q System One, primera gran computadora cuántica para uso comercial y de investigación; un nuevo gran referente científico que a través de Ikerbasque (Fundación Vasca para la Ciencia) situará a nuestro pueblo, con una inversión inicial de más de 120 millones de euros, en la primera línea internacional de investigación teórica y aplicada, conectando la bahía de La Concha con Estados Unidos, Canadá, Corea del Sur, Alemania y Japón.

Un proyecto conjunto IBM-Gobierno Vasco que se convertirá, sin género de duda, en la máxima y mejor plasmación del binomio euskera eta teknologia que el insigne Pedro Luis Etxenike ilustró como hoja de ruta de nuestro futuro como pueblo avanzado en el contexto de las naciones europeas. Nuevamente, la constancia y tenacidad de nuestra Administración pública en la concreción de sinergias con grandes empresas referenciales, ha sabido llevar a buen puerto el proyecto con el gigante estadounidense IBM para la instalación en el campus guipuzcoano de la Euskal Herriko Unibertsitatea de un superordenador cuántico cuyo desarrollo conformará un nuevo paradigma científico-económico con importantísimas aportaciones en lo social.

Y hoy asimismo las reticencias a esta noticia de primera magnitud provienen, en forma de clamoroso silencio (no deja de ser la omisión una forma de electoralismo), de aquel extremo político que trata de “vendernos” como invención propia –olvidando que José Antonio Aguirre ya lo implantó en 1930 en su empresa Chocolates Bilbaínos–, el concepto de participación obrera en los beneficios empresariales.

Hoy asimismo, creo que es de justicia (gizalegezkoa) agradecer enormemente la labor callada, discreta y persuasiva llevada a cabo, bajo el liderazgo del lehendakari Iñigo Urkullu Renteria, de varias personas: Jokin Bildarratz Sorrón (consejero de Educación del Gobierno Vasco), Jabier Larrañaga Garmendia (diputado de Promoción Económica de Gipuzkoa) y, sobre todo, la de Adolfo Morais Ezkerro, viceconsejero de Universidades e Investigación, verdadero factótum del proyecto.

La desmemoria, como expresaba el escritor norteamericano Ambrose Bierce, “es un don que otorga Dios a los deudores para compensarlos por su falta de conciencia”. La centralidad político-institucional, el espacio donde se fundamentan las grandes oportunidades de avance para nuestro pequeño y gran país. Ayer y hoy, el Guggenheim en Bilbao. Hoy y mañana, el ordenador cuántico en Donostia. Dos proyectos para un mismo objetivo de nación próspera.

Que nunca nos olvidemos de los precursores, de aquellos que se anticipan y anticiparon con un afán de bien común.