Siempre he defendido la necesidad de una mayor educación financiera. En alguna ocasión lo he hecho, incluso, desde estas mismas líneas. Y tal vez por eso un amigo me envió el otro día el enlace a un artículo de un medio digital en el que trataban la proliferación de cuentas que se dedican a divulgar sobre economía en redes sociales. Que existan creadores de contenido de este tipo no es, en sí mismo, una mala noticia; pero no podemos quedarnos ahí. Basta con asomarse a Instagram, TikTok o YouTube para ver a influencers con miles, o centenar de miles, de seguidores diciéndote que si eres pobre es porque no te has esforzado lo suficiente. Que si no consigues ahorrar lo necesario para pagar la entrada de una vivienda es porque te gastas demasiado dinero en cervezas o zapatillas y no porque te dejas más de medio sueldo en pagar el alquiler de un piso compartido. Que hagas como ellos, que invierten desde los 14 años, no toman café en los bares, no se van de vacaciones para no gastar y todo lo que ahorran lo utilizan para generar ingresos pasivos. Y ya sabes cómo hacerlo, contratando su curso. Un curso online que vale 1.000 euros y con el que obtendrás los conocimientos suficientes para no tener que trabajar más en tu vida. A ellos les va bien, eso es verdad, no hay más que ver los estados financieros que publican en sus cuentas y a los que ellos llaman portfolio. Pero yo siempre me hago la misma pregunta. ¿Ganan todo ese dinero con sus inversiones o lo hacen diciéndote, tanto en sus cursos como en sus redes, cómo tienes que invertir para ganar tú también ese dinero? Habrá de todo, pero yo apostaría por lo segundo. Porque este, el de los telepredicadores, ya sean digitales o analógicos, que viven de decir cómo hay que hacer las cosas pero nunca de hacerlas ellos mismos, es un fenómeno que no se produce únicamente en el ámbito de las finanzas personales y se extiende, también y por desgracia, al mundo de la política.