¡El núcleo de la Tierra se ha parado y además gira en sentido contrario! Esta semana hemos descubierto a través de los medios de comunicación un nuevo posible apocalipsis. Y parece que no nos guste nada más que imaginar una forma de acabar con el planeta y de paso con sus habitantes: este provocaría cambios de la duración del día y las mareas, hasta la Luna podría escaparse. Tiene su gracia porque de hecho ya estamos consiguiendo complicar nuestra presencia en él camino de una catástrofe ecológica y social, pero esta, la amenaza real, no nos preocupa. Desarrollamos una atracción fatal más hacia aquello que puede convertirse en una película de catástrofes de las de Hollywood.

Piensen en olas gigantescas destrozando las costas, provocadas por un volcán en La Palma: esto fue hace poco, el volcán digo, lo demás no. O una pandemia más eficiente y letal: viniendo de la pandemia que venimos casi es comprensible que en cuanto se nombró Kraken a una subvariante todo el mundo se puso a elucubrar con una nueva ola, quizá la peor, aunque nada de eso era cierto. Era esa atracción por pensar que aún se puede estar un poco peor. Paradójicamente, en pleno alboroto con lo del núcleo, que evidentemente no se ha parado para nada ni tales carneros, pasó despistadamente un asteroide camino de impactarnos, uno de esos que en otras ocasiones habrían dicho “rozando la Tierra”. Lo cierto es que 2023 BU, que es como se ha matriculado la piedra de unos metros de lado, pasó a menos de 10.000 km de nuestra superficie, mucho más cerca que donde orbitan los satélites meteorológicos. No sé si esta sociedad solamente puede viralizar un fin del mundo por semana, de manera que este sufrió lo más triste que le puede pasar a un Armagedón: pasar desapercibido. De la invasión alien, hablamos otro día.