En Navidad los cristianos celebramos el nacimiento de Jesús de Nazaret. No nació un 25 de diciembre, pero la tradición lo fijó en ese día, el solsticio de invierno, y el calendario quedó marcado por esa fecha.

Más importante es la significación que se ha dado al nacimiento de Jesús. Veo dos relatos dominantes, todavía en nuestros días. Uno tiene su origen en Pablo de Tarso, cuando se hace eco, del pecado universal de Adán en el paraíso donde Dios les coloca (a Adán y Eva), y la figura de Jesús el Cristo, quién con su muerte redimió al género humano. Lo que por un hombre condenó a la humanidad, por otro hombre, Jesús de Nazaret, liberó a la humanidad. Relato mitológico del pecado primigenio superado por Jesús, el Cristo.

Jesús como el Hijo de Dios

Así en este texto de la Carta de Pablo a los Romanos 5/18-21 (en la versión de la Biblia de Jerusalén): “Así pues, como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno solo procura toda la justificación que da la vida. En efecto, así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos. La ley, en verdad, intervino para que abundara el delito; pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia; así, la mismo que el pecado reinó en la muerte, así también reinaría la gracia en virtud de la justicia para vida eterna por Jesucristo nuestro Señor.”

Y, también en este de Pablo a los Gálatas 4, 3-7

“Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abba, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios.”

El otro relato tiene base histórica, bien que al servicio de la religión cristiana.

Jesús sobrevenido Dios en la conciencia de sus seguidores

Andrea Riccardi, en su último libro, reenvía a un trabajo de Paul Tillich del que trae en cita un fragmento. Tillich sostenía que la esencia del cristianismo no estaba en un cuerpo de doctrinas, sino que estaba en “un acontecimiento formado de dos partes”: el hecho de una vida personal (Jesús de Nazaret) y la experiencia de esa vida en algunos de sus discípulos. Lo dice así:

“Ese es el acontecimiento del que depende todo lo demás. Cristo, en términos teológicamente rigurosos, no sería Cristo sin la Iglesia, es decir la comunidad que lo viviera. Y la Iglesia no podría ser la Iglesia sin Cristo, en quién se basa. Eso significa que el cristianismo no se basa en una idea o en un conjunto de símbolos”.

Comenta Riccardi el texto señalando que “a veces, en la vida o en acontecimientos de la Iglesia se abre paso algo profundo inspirado por la Biblia o por el recuerdo de Jesús” 1. Así, en los discípulos de Jesús, quienes después de su muerte en la cruz, vivieron la resurrección en su interior, hasta reconocer de Jesús el Cristo, un hombre sobrevenido Dios.

Hace años leí el libro de Frederic Lenoir Comment Jésus est devenu Dieu, donde retrata el camino de los primeros cristianos 2 hasta que reconocen a Jesús como Dios. Suscitó algunas controversias cuando salió. Recuerdo la que tuvo lugar entre teólogo Bernard Sesboüé y Frederic Lenoir en la librería parisina La Procure. El libro de Renoir no está traducido al castellano.

Según algunos teólogos, dos cuestiones sobresalen en el planteamiento de Tillich y Lenoir, lo que, para ellos, haría imposible su planteamiento. Jesus no pudo devenir Dios pues Jesús, desde siempre, es el Hijo de Dios, aunque solo fue así visto por los discípulos y seguidores de Jesús, siendo reconocido oficialmente como tal –aunque con dificultades– en el Concilio de Nicea, el año 325, y confirmado después, en el Concilio de Calcedonia el año 451. No se olviden estos datos. Asimismo, según la fe cristiana, durante siglos, no es que Jesús deviniera Dios, sino que es Dios que se ha manifestado en Jesús, como su Hijo, afirmación teológica de imposible verificación científica, sin más. Pero de la que cabe hablar, de manera razonablemente consistente, a partir de lo dicho, hecho y acontecido en el Nazareno.

Estos dos relatos e interpretaciones del hecho del nacimiento de Jesús, nos conducen, ineluctablemente, al núcleo de la religión cristiana: una religión en base a una persona física, histórica, Jesús de Nazaret, al que tenemos como nuestro Dios. Más aún, me permito decir, que es la autopista que nos lleva a Dios. La condición humana y divina de Jesús nos conduce a lo que, hace más de 60 años, el gran teólogo Henri de Lubac, calificaba como las paradojas de la fe.

El “misterio” del nacimiento de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios

A Jesús Martínez Gordo, mi teólogo de cabecera, no le entusiasma (para nada) lo de la “comprensión paradójica” de H. de Lubac. Le suena a refugio de la irracionalidad y en el extremo, a indolencia intelectual. Me dice, en correo personal: “creo que lo correcto es asomarse a la realidad –incluida la de Jesús de Nazaret– como unidad, por ejemplo, de materia y leyes; de permanencia y relatividad, de autorreferencialidad y excentralidad, de historia y eternidad, etc. Es lo que entiendo como “misterio”, un concepto que no es teológico, sino epistemológico, propio del “realismo cognoscitivo” o, lo que es lo mismo, de acoger el conocimiento como conjunción de materia e ideas”.

Adopto el planteamiento de Jesús Martinez Gordo, que me lleva, de nuevo, a Henri de Lubac, que yo recojo con mimo de difícil acento para la razón y pleno sosiego para el espíritu, cuando escribe que “el misterio de la Iglesia, como todo misterio, no puede ser captado con una mirada directa y simple, sino solamente a través de su refracción en nuestras inteligencias”

JMG me escribe: “No me gusta esta última frase de autorreferencialidad de Lubac. Yo diría algo así como que “Acojo a Jesús como Cristo, como Dios, en Iglesia, es decir, junto con otras muchas personas. O, lo que es lo mismo, como condición de posibilidad, nunca como objeto de la fe. Y, por eso, en estas y otras fechas el año, nos comunicamos y anunciamos, entre nosotros y a extraños, lo que acogemos como más propio y singular del Nazareno, unidad, conjunción o misterio –entre otras posibles– de tiempo y eternidad, de relatividad y absolutez, de fragilidad y poder o de amor y desprecio”.

No es por nada, escribo yo JE, que, en nuestra formulación coloquial, hablando de los belenes que acostumbramos a colocar los cristianos en nuestras casas, y en algunos espacios públicos, –cuando las autoridades lo permiten– distinguimos lo que denominamos “el misterio” (Jesús de Nazaret y sus padres), del resto de figuras del Belén. Este es el misterio de Jesus de Nazaret, del Dios (Hijo de Dios) hecho hombre, o del hombre, con el tiempo, sobrevenido Dios para sus seguidores. Pero lo central de este “misterio” es que Jesús de Nazaret, a fin de cuentas, es, para los cristianos, de naturaleza humano-divina. Para los no creyentes, el recuerdo de un gran hombre, solo hombre, que marcó la historia. Y, para todos, creyentes y no creyentes, un referente, entre otros, para situarse en nuestro mundo.

La Navidad es un momento particularmente indicado para refrescar el mensaje central de Jesús (“Si alguno dice: “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” 1ª Jn. 4,20), y recordar algunos de sus principios como el Sermón de la Montaña, las Bienaventuranzas y la parábola del juicio final.

Feliz Navidad.