Reconozco que apenas recuerdo el atentado de Txema Aguirre. No voy a decir que estaba en la adolescencia, pero sí en esa juventud ajena a los avatares de la actualidad informativa más allá del titular del Teleberri. En este ejercicio que hago hoy para recuperar su memoria, rebusco en la mía propia y escucho el eco que me llega de 1997 que me habla de un intento de atentado contra el Guggenheim Bilbao y el de un ertzaina asesinado.

Txema Aguirre perdió la vida con un tiro por la espalda. Tan cobarde como eso. Su valentía le llevó a intervenir ante la sospecha de que algo no iba bien cuando paró a tres individuos que resultaron ser de un comando de ETA. Con ello evitó un atentado cuyas consecuencias humanas, sociales, políticas, económicas o del signo que prefieran no somos capaces de imaginar ni evaluar. Ni siquiera pasados 25 años.

Tenemos una Ertzaintza que se ha dejado literalmente la vida por nosotros y nosotras. Muestra del agradecimiento y reconocimiento de la sociedad a la que protege es la alta valoración que recibe en las encuestas que se realizan para evaluar el grado de satisfacción con los servicios públicos. Y la Policía Autónoma Vasca supera con notable el apoyo social.

Sin embargo, persisten lugares en nuestra geografía en los que se les sigue recibiendo como si de enemigos de la patria se tratara. Queda pues un largo –presumo– y tortuoso camino para que aquellos que en su día jalearon, ampararon y justificaron los asesinatos de ETA reconozcan su responsabilidad en esta mancha negra en nuestra historia.

Pero creo que es justo, también, recordarnos cada día que en nosotros y nosotras, sólo en nosotros y nosotras, reside la responsabilidad individual de evitar que nuestro pasado se diluya y se olvide. No podemos permitirnos la desmemoria. Sea pues que reconozco que apenas recuerdo el asesinato de Txema Aguirre en 1997 pero que hoy, en 2022, escribo estas líneas para contribuir a su memoria. Goian bego.