Los principales medios digitales publican encuestas electorales constantemente. La mayoría no tienen la mínima solvencia –ni suficientes entrevistas ni acreditada metodología de análisis–, tan solo valen como anzuelo para clicar páginas. Un sondeo bien hecho es carísimo, y no está el negocio para fiestas. Pero a veces se encuentran datos revestidos de cierta verosimilitud, mucho más interesantes que la supuesta atribución de escaños. Este es uno: solo el 21,7% de los españoles cree que Sánchez seguirá siendo presidente tras las elecciones, 17,5 puntos menos que en julio. Un veredicto así es definitorio. Para ganar, lo imprescindible es que te vean como posible ganador. Un conocido comentarista político, otrora relevante asesor del PSOE, hablaba esta semana de que “el antisanchismo es ya una razón de voto en sí misma”. Ciertamente, al personaje muchos le han leído la matrícula: devoto de la mentira (“no podría dormir gobernando con Podemos”, “no pactaré con Bildu”), incapaz de generar una pulsión política afirmativa en medio de la crisis, y patológicamente aficionado al oropel del desempeño, rodeado de la mayor corte que tuvo nunca un presidente y adicto al Falcon. El perfecto contraempático. En su favor figura esa fama que él mismo ha cultivado de superviviente, resistente, el que llegó al poder absoluto a pesar de que un día le patearon el culo en Ferraz. Pero no parece que tal cualidad, caso de ser real, sea suficiente. Al contrario, los estragos que está causando la subida de los precios en las clases medias le han sentenciado, y no se vislumbra otra cosa que la acumulación de nuevos problemas en los próximos meses. Ha tenido que suspender el programa de actos públicos que anunció hace apenas un mes, lo de “el Gobierno de la gente”, a la vista de cómo le recibía el paisanaje. La percepción de derrota es ya patente en el propio PSOE, al menos en sus organizaciones territoriales. Con el añadido de que muchos creen que en las municipales y autonómicas del 28 de mayo el sacrificado en nombre de Pedro será todo ese intersticio de poder. Además, para nada: si hay debacle socialista en primavera y nuevos gobiernos populares en verano, será imposible que en otoño se diluyera la sensación de escombrera, lo que añadirá aliciente a la subsecuente desgracia. Así parece estar dictada la historia de los próximos meses. ¿O no?

Sánchez llegó a la presidencia el 1 de junio de 2018, tras una moción de censura en la que el PSOE aportó los únicos 90 escaños que entonces tenía. Enseguida se deslizó la idea de que pocos meses después se convocarían elecciones. Pero el inquilino de Moncloa tomó gusto al colchón y comenzó a acariciar la posibilidad de agotar el mandato legislativo que finalizaba al año siguiente. En 2019 había también elecciones autonómicas y municipales, y se antojaba descabellado hacerlas coincidir con unas generales. Todo el mundo pensaba que no habría tiempo para otra cosa que para retrasarlas hasta diciembre. Pero Sánchez tomo la osada decisión de convocarlas para un 28 de abril, en un hueco inopinado del calendario. En el plazo de un mes se votó en dos ocasiones; el PSOE cosechó 123 escaños en las primeras, y un considerable poder territorial en las segundas, pactos mediante. Cabría preguntarse si hoy, mientras todos suponen que indefectiblemente las próximas generales –cadalso socialista fijo– serán en el último mes de 2023, no nos encontraremos con una jugada parecida. ¿Y si las generales se convocaran para principios de marzo? Arriesgando, Sánchez conseguiría varias cosas. Lo primero, evitar que los comicios a Cortes sean tácitamente asumidos como un irreversible camino al desolladero, después de unas municipales y autonómicas probablemente catastróficas, y donde se aventaría un indeleble tufo a derrota. Con ello, se protegería lo que hoy tienen los socialistas de poder territorial, ofreciendo a la base del partido un cortafuegos en lugar de exponerlo a la bofetada que el elector quiera propinarle a Su Persona. Además, en marzo los nueve millones de pensionistas españoles tendrán más presente la electoralista subida del 8,5 % que les va a adjudicar los nuevos Presupuestos, cuando meses después esos mismos perceptores tendrán lejana la sensación de mejora. Y junto con todo ello, Sánchez podría apelar a la necesidad de constituir un nuevo Gobierno antes de la presidencia semestral europea, y que España no vea alteradas sus obligaciones por el fragor preelectoral. Un apunte más: la lógica política es siempre repudiada por la vanidad del autócrata, así que él verá.