un eurodiputado de Vox ha publicado un tuit en que para insultar a Patxi López emplea, como si fuera una gracieta, una foto del sepelio con ataúd y cuerpo presente de Isaías Carrasco. No digo el nombre del autor del engendro porque hay personas que no merecen nuestra atención personalizada ni para despreciarlos. Menciono el nombre de la víctima puesto que ella sí merece memoria personalizada y máximo respeto. También se hace memoria cuando se habla de memoria.

La hija de Carrasco ha pedido una rectificación, pero en ese personaje parece que el ego y el fanatismo han expulsado lo que pudiera haber de humanidad, de pudor o de prudencia. No estamos ante un incidente aislado, sino ante un ejemplo más de una lógica perversa en la que parece que nos hundimos cada vez más. La gravedad del estropicio para la calidad de la democracia española es grave. Todavía hace 10 días Consuelo Ordóñez tuvo que denunciar la utilización de las víctimas: “Patrimonializar a las víctimas del terrorismo es indecente”.

La historia no es nueva, pero quizá sí nos estamos acostumbrando a un deterioro que no parece tener salida buena. El espectáculo vivido este mismo mes en el marco de los debates para la aprobación en el Congreso del Proyecto de Ley de Memoria Democrática (aprobado en su sesión del 14 de julio, con 173 votos a favor, 159 en contra y 14 abstenciones) merece comentario aparte.

El proyecto de ley venía avalado por un proceso de elaboración y negociación en la que han participado grandes expertos y un amplio espectro de organizaciones para dar como resultado lo que es, a mi juicio, un proyecto equilibrado, potente pero prudente, realista y que marca un camino correcto que a la postre pude cambiar cosas: quizá por eso asuste tanto, quizá por eso el PP ya ha anunciado que lo derogará. El listado de aspectos interesante y positivos que esta ley aporta exceden la extensión de esta columna si quisiéramos tratarlas con un mínimo de rigor, desde el reconocimiento de la imprescriptibilidad de determinados crímenes hasta el fin de ciertos recuerdos simbólicos del franquismo. El equipo del Secretario de Estado que hace poco realizó una visita llena de significación a Gernika, ha hecho también en este punto un muy notable trabajo.

Como con respecto a cualquier otra iniciativa legislativa o política, son en este caso bienvenidos el debate parlamentario, el contraste de visiones, la transacción para llegar a acuerdos y, en todo caso, la crítica política que correspondiera hacer. Quizá uno aspiraría, en su ingenuidad, a que si se va a hablar de víctimas, de familiares y de sufrimiento, todos cuidáramos un poco más las formas y el tono.

Pero todo eso fue imposible. La oposición decidió convertir aquello en un festival de barbaridades, de sospechas, de acusaciones sin fundamento y, finalmente, de mentiras objetivas. El nuevo PP de Feijóo tenía aquí una oportunidad de demostrar que estamos por fin ante un partido de Estado, capaz de acuerdos, capaz de críticas severas pero responsables. Pero no le resultó posible resistir ni la tentación ni la inercia.

La apropiación del lazo azul fue impúdica, como fue cínico recordarlo como símbolo de la unidad contra ETA cuando se empleaba consciente y activamente para enfrentarlo a otras víctimas de ETA y a otros resistentes contra ETA. Una locura solo explicable cuando mayor que el lazo en la solapa es la venda en los ojos, la mentira en la boca y el rencor en el corazón.

La memoria democrática es demasiado valiosa y frágil como para agitarla como un garrote en la pelea partidista. Por eso, saldada la deuda de justicia de retratar a cada partido tal como ha procedido, creo que toca olvidar este mal arranque y procurar ir desplegando las potencialidades de la ley poco a poco, intentando ganar a quienes quieran compartir la difícil aventura de una memoria democrática. No será fácil, quizá resulte imposible, pero nuestra obligación es intentarlo. O cuando menos dejar memoria de que se ha intentado hacer memoria. l