En la novela de Gabriel García Márquez Cien años de Soledad, se narra la historia de la familia Buendía a lo largo de siete generaciones en el pueblo ficticio de Macondo. Y durante el desarrollo de la obra todos sus personajes están predestinados a padecer la soledad, como algo innato a toda una familia, los Buendía. Me viene esta novela al pensamiento porque, recientemente, un familiar cercano ha cumplido 100 años y la salud y el entorno familiar donde vive le ha permitido disfrutar este centenario con la alegría de quien celebra un acontecimiento tan singular.

Cien años donde ha visto de todo. La guerra civil (1936-1939), la segunda guerra mundial (1939-1945), la primera guerra de Indochina (1946-1954), la guerra de Corea (1950-1953), la de Vietnam, la guerra de los Balcanes (1991-2001), la guerra de Irak (2003-2011), la guerra de Ucrania (24 de febrero 2022) y otra relación extensa de conflictos, guerras de baja intensidad y dictaduras. Cien años donde millones de personas con el derecho a vivir vieron cortada su existencia, la de sus familiares y las de aquellos que les rodeaban. Pero como pasa en todas las familias durante estos cien años, no todo han sido alegrías. Seres queridos que durante su corta vida vivieron con las limitaciones más severas que una persona puede padecer, otros que murieron por enfermedades o en situaciones violentas. Otros que se fueron porque la naturaleza tiene sus tiempos y otros a los cuales el destino parece quererles jugar una mala pasada. Por eso cuando una persona llega a tener tantos años, en cierta manera es depositaria de todos estos recuerdos y en cada día nuevo que vive, viven aquellos que compartieron su vida con ella.

Pero al contrario de los protagonistas de la novela de Gabriel García Márquez nuestra familiar no ha estado abocada a la soledad, sino que ha tenido la inmensa suerte de contar con su familia y amigos durante todo este tiempo.

Pero por el contrario, hoy muchas personas viven en la soledad de las ciudades, de los pueblos, sin apenas familia o con familias diseminadas por el país o muchos de ellos llegados de otros países dejando todos sus recuerdos en sus países de origen. La vida compartida es el mayor regalo que podemos tener y darnos a nosotros mismos. Compartir en el ámbito familiar, con l@s amig@as, con l@s compañeros del trabajo, en el barrio o en aquellos lugares donde uno está, forma parte del sentido de la vida. Claro que surgen los conflictos y a veces con la mayor de las crudezas posibles, pero lo que no podemos es de dejar que la soledad vaya invadiendo nuestra sociedad como una mal que se extiende por la primacía del individualismo. El yo por delante de todo como forma de vida, una mercantilización de los sentimientos, la satisfacción exclusiva de mis necesidades, por otro lado creadas en demasiadas ocasiones, generará al final, como le paso a la familia Macondo, la sensación de la soledad cuando dejemos de ser útiles como fuerza del trabajo o como consumidores para el mercado.

Según estudios publicados, se ha relacionado la soledad con un estado de salud deficiente y limitaciones en las actividades, una conexión social limitada y una peor calidad de vida en general y se ha demostrado que la soledad afecta a algunos grupos de población más que a otros, como las personas mayores, los migrantes, los viudos y quienes brindan cuidados. La proporción de personas mayores que viven en soledad, entendida como una de las formas de convivencia en el hogar, alcanza el 32,2% en Europa. Se apunta un patrón geográfico en la distribución de esta forma de convivencia: por un lado aparecen los países mediterráneos (España, Portugal, Grecia e Italia en cierto modo) con proporciones más bajas, pero crecientes en los últimos años, y por otro lado los países nórdicos (Dinamarca, Finlandia y Suecia) donde la soledad es mayor, aunque en retroceso. Estas diferencias son para algunos analistas el resultado posiblemente de historias de descenso de la mortalidad y rupturas familiares diferentes, que han dado lugar a familias más simples (soledad, vida en pareja sola) en estos últimos, o familias más complejas. La proporción de mujeres mayores que viven solas casi dobla la de los hombres en Europa (40,5% y 21,3%, respectivamente).

La vida puede ser muy hermosa para unas personas, muy dura para otras, una mezcla de ratos buenos y otros malos para otros, pero seguramente el mayor dolor que podemos pasar es encontrarnos solos y por eso todas aquellas situaciones, entornos y condiciones sociales y económicas que contribuyan a generar este sentimiento deben ser modificadas de raíz.

Es la “guerra“ de los individuos, de los grupos sociales que no quieren ver como las personas y las sociedades donde viven nos abocan a este sentimiento y por eso buscan cambiar las relaciones humanas que generan este nuevo mal . Pero como casi siempre ocurre, los cambios además de ser estructurales deben se interiores y demasiadas veces las comodidades de nuestro entorno nos pesan demasiado y no alcanzamos o simplemente no queremos ver que la soledad es un fracaso del conjunto de la sociedad donde somos parte de ella y por lo tanto en alguna medida responsables de que se instale entre nosotr@s.

Dedicado a Julita Salas Landa

Abogado