i amiga Amaia iba en el tren sumergida en una novela histórica. Unas voces desde el fondo del vagón la sobresaltaron. Dos agentes de seguridad privada trataban de conseguir que un joven que viajaba sin billete se bajara del tren. La tensión iba en aumento. El joven no quería bajarse y respondía agresivamente. Los brazos y las manos de los tres se movían en un baile de ataque y defensa, mientras los viajeros se levantaban de sus asientos para evitar llevarse algún sopapo. Un señor trató de mediar con el joven. Amaia intuía que intentaba convencerle en su propia lengua para que cesara en su actitud. No funcionó. Las porras salieron a pasear y el joven se bajó del vagón dejando antes algunos regalitos en forma de golpes a los dos agentes visiblemente superados por la situación. Aunque el chico ya estaba en el andén, le siguieron cayendo algunos porrazos. Amaia pidió a los agentes que ya no lo golpearan. Logrado el objetivo, aquella violencia le parecía gratuita. Ese fue su error. Dos hombres le reprocharon su actitud. Se estaba colocando en el lado equivocado. Los golpes eran más que merecidos. Su segundo error fue tratar de dialogar. Uno de ellos, puño izquierdo en alto y preso de la ira le escupió esta frase: "Estamos invadidos por tíos como ese y si hay que defenderse como ya lo hemos hecho en este pueblo, tú ya sabes, lo haremos". El silencio del resto de viajeros resonó en Amaia como un grito interno. Ella también estaba de sobra allí. Volvió a su asiento y se refugió en su novela, sin conseguirlo. La gente no quería solo que el tipo llevara billete y, si no lo tenía, con el uso proporcionado de la violencia fuese expulsado del vagón, sino darle "su merecido" . Y es que a veces pidiendo civismo, perdemos el nuestro. Ese momento en el que emerge el Abascal o la Olona que llevamos dentro y que puede hacernos descarrilar como sociedad. l