eemos los periódicos, vemos las noticias en la televisión, oímos las emisiones de radio. Todo es invasión de Ucrania, tiroteos en los EE.UU., crisis económica consecuencia de la guerra, migraciones derivadas de la hambruna o conflictos territoriales. Estamos viviendo en un mundo trémulo de malas noticias. La Historia se está acelerando y aquella hermosa aspiración de que todos los hombres lleguemos a ser hermanos es lo que ha sido siempre, un sueño de hijos únicos. La guerra está siempre presente, un presente que nos produce angustia, pero no desesperación si los combates están convenientemente alejados. La guerra es persistente, que a lo largo de la Historia los tratados de paz sean tan numerosos indica lo guerrero de nuestra genética. En última instancia, la guerra es acción y no pensamiento, no es un ejercicio intelectual, sino una actividad brutalmente física en la que ambas partes se empeñan en desgastar al otro. Tal cosa no significa que no haya inteligencia en la guerra defensiva que sostiene Ucrania con Rusia, pero esa inteligencia solo podrá ser efectiva si se acompaña de la fuerza y voluntad de resistir. Ucrania lleva cuatro meses demostrando capacidad de resistencia, pero su fuerza es menguante por falta de suministros bélicos. En este desigual combate, Rusia cuenta con una ventaja de salida pues un estado totalitario absorbe más fácilmente las bajas en el campo de batalla que una democracia, en la cual cada muerte es un golpe al apoyo popular. Así y todo, Rusia cuida muy mucho de hacer pública la lista de sus bajas a las que entierra en clandestinidad. Ucrania, al contrario, informa, sin mucha precisión hay que decirlo, del monto de muertos y heridos. Hay por lo tanto una evidente falta de datos que nos impide conocer el desarrollo exacto de la guerra pero que no oculta la evidencia del innegable avance territorial ruso y la consolidación del territorio ocupado por su ejército.

Sin embargo, la guerra que en un comienzo se especuló sería de corta duración dada la abrumadora superioridad en armamento y efectivos rusos se ha ralentizado en las últimas semanas. Está claro el éxito ruso en la consecución de su objetivo táctico: la ocupación del Donbás y el corredor del mar de Azov que une aquél con la ya ocupada Crimea. Pero es igualmente claro que ha fracasado en su objetivo estratégico: la ocupación íntegra de Ucrania para establecer en la misma un estado títere-tapón de contención de lo que Putin más teme, una Ucrania miembro de la Unión Europea y de la OTAN.

Si no aumenta el apoyo armamentístico occidental a Ucrania, la actual superioridad de fuego rusa, particularmente en artillería y carros de combate, pondrá a los ucranianos en el dilema de si llevar la guerra al corazón de Rusia, país agresor. Hacer compartir al agresor las cargas de la guerra, pensar en el desgaste del enemigo, es el procedimiento más seguro para frustrar sus planes. Se trata de una forma de disuasión casi "existencial": o ellos o nosotros. En mi opinión, los EE.UU. están siendo remisos en entregar cohetes de alcance medio a Ucrania por el más que posible uso que el ejército ucraniano hará de los mismos direccionándolos al interior de Rusia. La guerra es progresiva. Siendo sus causas casi siempre las mismas -codicia, ocupación territorial-, cada guerra es nueva en su desarrollo, así que las reglas de guerras anteriores no son de aplicación. Identificar esa cada vez diferente naturaleza de la guerra es imprescindible para adecuar la teoría a la práctica, parafraseando a Einstein: "En teoría no hay diferencia alguna entre teoría y práctica. En la práctica sí".

No comparto la opinión de que la guerra en Ucrania se asemeje a las dos guerras mundiales con sus duelos de artillerías y movilización de carros blindados. Faltan las maniobras de grandes masas de soldados; la aviación es poco menos que inexistente; las batallas navales están reducidas a bombardeos rusos de la costa y minados ucranianos del mar Negro.

Los rusos no pueden engañarse a sí mismos sobre la naturaleza de la guerra contra Ucrania. No se trata de una reedición de la Gran Guerra Patria contra los invasores alemanes, como sostiene la propaganda rusa. Aquellos años de la II Guerra Mundial fueron los más hermosos de sus vidas y los recordarían, lo están recordando, hasta su muerte. Porque entonces se sufría por algo: por la patria, por el pueblo natal, por los seres queridos. Porque por fin luchaban contra enemigos auténticos; mientras que durante la colectivización agraria, el Holomodor (genocidio por hambre que llevó a la muerte a millones de ucranianos), o en tiempos del Gran Terror de Stalin, el enemigo del pueblo era el propio pueblo. Por tanto, ¿en qué se parece la guerra contra Ucrania a la invasión alemana? Quizás en que los rusos bajo Stalin, como ahora bajo Putin, solo se consideran herramientas en manos del sistema y por eso no sienten o no manifiestan responsabilidad colectiva por sus actos u omisiones. Todos hemos experimentado la inmovilización que produce el miedo, pero renunciar a la democracia por su aparente dificultad es la salida del cobarde y gran parte de los rusos se están comportando como cobardes. ¿Pero cómo perdonar a alguien que no se siente culpable? Cuando acabe el enfrentamiento armado, la sociedad rusa deberá enfrentarse críticamente a todo lo que está sucediendo.

En un pasaje de Guerra y paz, Lev Tolstói pone en boca del general Kutúzov, héroe victorioso de la defensa de Rusia contra la invasión francesa napoleónica: "El tiempo y la paciencia son los soldados más poderosos". Los ucranianos necesitan la ayuda occidental para salir victoriosos en esta guerra de desgaste, como Kutúzov necesitó la ayuda del invierno ruso y la inmensidad de la estepa para devolver a Francia a la Grand Armeé de Napoleón. Pero comienzan a percibirse serias fisuras en el bloque occidental debidas a las gravosas consecuencias económicas de la guerra y a las tensiones entre aliados, algunos de los cuales fueron a regañadientes en ayuda de Ucrania, un país que como ochenta y cinco años antes Checoslovaquia les parece lejano, falto de interés o confuso en su soberanía como para entrar en guerra en su defensa.

En este sentido poco ayudan salvo a quienes son indisimuladamente o encubiertos sostenedores de Putin las recientes (14 de junio) declaraciones del Papa Francisco a la revista de los jesuitas La Civilta Cattólica donde nos aconseja en términos generales, y en concreto sobre la guerra de Ucrania, alejarnos de lo que el define como el patrón normal de Caperucita Roja: "Caperucita era buena y el lobo malo. Aquí no hay buenos ni malos, de forma abstracta. Está surgiendo algo global, con elementos muy entrelazados" pasando luego a analizar la diversidad de los conflictos existentes en el mundo. Cierto; como diagnóstico general, todas las guerras son complejas en su origen y desarrollo, pero esa complejidad no elude el asunto de la culpabilidad, incuestionable la de Rusia agresora. Lo contrario es un reparto inequitativo y al voleo de culpas. Cuando se diagnostican y prescriben muchos remedios para una enfermedad, uno puede estar seguro de que la enfermedad no tiene remedio (Anton Chéjov). En la entrevista, el Papa Francisco, lamento decirlo, está contribuyendo a la confusión y dando alas a quienes nunca han defendido a Ucrania o a quienes ahora buscan una gatera de escape.

La fraternidad universal se confirma como un sueño de hijos únicos. Los demás, cada uno a lo suyo, y Dios por todos. Pues no señor. l