veces, lo más absurdo pasa a considerarse normal. Si ir más lejos, la naranja pelada y envuelta en plástico para su venta en el supermercado, cuando cualquiera sabe que el mejor envoltorio para los dulces gajos es su propia peladura. Dar el pecho a los bebés en público ha pasado por distintas épocas pero, con disimulo o sin él, nunca ha dejado de hacerse por razones obvias. La pasada semana saltó a los papeles que un guarda de seguridad del Louvre conminó a una madre a que dejara de amamantar a su bebé en una de las galerías de la pinacoteca, con el argumento de que podría incomodar a alguien. ¿Cómo puede molestar una humilde teta en un lugar en el que se pueden contemplar por cientos, en dos y en tres dimensiones, de todas las formas y épocas? La lógica de esconder el pecho verdadero y exhibir el falso da idea de que algo no va bien. El agente sugirió a la mujer que se fuera a los baños, un lugar poco acogedor, para alimentar a la niña. Si le hubiera dado la leche en biberón no hubiera pasado nada porque hoy en día el envase manda. Nos insisten en la importancia de reciclar pero permiten que los supermercados tengan cada vez más productos plastificados. En pocos años, los niños creerán que una tortilla es una cosa amarilla y redonda envuelta en plástico. l