l futbolista del Villarreal Manu Trigueros arrasó ayer en Instagram, el paraíso del postureo, al colgar una foto de sus vacaciones en la que se le ve sentado a la mesa con la típica camiseta interior blanca de tirantes dispuesto a zamparse un plato de cocido junto a una copa y una botella de vino tinto de la marca Villa Altamira (estarán contentos) y, lo más, importante, enmarcado en lo que se intuye como la típica mesa familiar, rodeado de los suyos, en la terraza de casa y al solecito. La foto, que tiene incluso su punto retro, ayudado por el mantel y quizás también por la ropa y la pose de él, es pura naturalidad, algo ya muy poco habitual en las redes sociales y menos en la de la camarita multicolor que hace tiempo que perdió, si alguna vez la tuvo, la capacidad de ser espejo de nada y donde hasta los platos de cocina de los restaurantes más top son pasados por alguno de sus filtros que han terminado desvirtuándolo todo. Casi al mismo tiempo que su foto retro se hacía viral, Donostia daba un salto de dos siglos, o más, al anunciar la llegada de los crypto-pintxos, que si no he entendido mal (se lo explican mejor en la página 11) son elaboraciones generadas de forma aleatoria por un algoritmo, que costarán 25 euros, no se comen y solo se podrán disfrutar en el metaverso de Mark Zuckerberg.