omar el camino del tren o del autobús, con el pelo enredado lleno de salitre y la toalla anudada a la cintura es una imagen perfecta de la felicidad. Este tipo de estampa, que hemos visto ya estos días, se repite con frecuencia en cuanto el sol empieza a calentar. No solo son cuadrillas de chavalas las que salen transformadas de la playa, con energía renovada para toda la semana, comentando entre risas la jornada que termina. Familias con niños pequeños que arrastran los pies llenos de arena y con las caras coloradas también demuestran qué fácil puede ser alcanzar el bienestar. Tras un día de disfrute al aire libre, la gente se desinhibe y se pasea por las calles como si estuviera en su casa, sin preocuparse de más. Como quien llega de trabajar, se tira al sofá, lanza los zapatos a lo lejos, y enciende este programa de telebasura, del que no habla a nadie pero que le da un subidón de bienestar. Un chorro de alegría, que se puede repetir con un examen aprobado, con el aparato eléctrico que hemos conseguido hacer funcionar, con la rica comida que nos esperaba en la mesa sin saberlo... O cuando el equipo deportivo propio gana un partido, una satisfacción que borra todos los males. Lo malo es que, cuando pierde, a algunos se les chafan todas esas otras pequeñas alegrías tan fáciles de conseguir. l