os que me conocen saben que no me gusta la lluvia. Sé que es ridículo que uno de Tolosa piense así, pero chico, serán los maravillosos veranos que pasé en mi infancia en Benidorm los que me reafirman en mi gusto por el cielo azul y el calorcito. Así que sería lógico pensar que en días tan calurosos como los que hemos tenido, haya estado de buen humor y, sin embargo, he sentido una honda preocupación. Ver que llegamos a los 30° en mayo, o que gran parte de España vive cada vez más días en los 40°, me genera cierta ansiedad. Es como si el termómetro, al darnos esas altas temperaturas, nos estuviera susurrando al oído que este calor no proviene del Sol, sino del incendio que hemos provocado y que lleva décadas arrasando la Tierra. La actual emergencia climática aún no se muestra tan apocalíptica como nos la enseñan en las películas porque se disfraza de tiempo veraniego, y eso no nos ayuda a tomar conciencia de la gravedad de la situación. Todavía hoy, muchas personas piensan que esto del cambio climático es una cosa que preocupa a los amantes de la naturaleza o los animales, cuando realmente debería de hacerlo a todos porque lo que estamos poniendo en juego es, sencilla y llanamente, la vida tal y como la conocemos. El problema es que a diferencia de temas como el de la invasión de Ucrania, los efectos no los notamos tan directamente. O eso creemos. Si analizamos los principales nudos de la política mundial, comprobaremos que muchos están ya anudados a la crisis climática.

Un día escuché en un bar a un señor decir, a modo de broma que el calentamiento global, al menos nos iba a traer buen tiempo. Al instante pensé que en el fondo el grupo Kortatu no estaba tan equivocado cuando cantaba en los 80 su canción Don Vito y la revuelta en el frenopático que terminaba con su clásico: "La asamblea de majaras ha decidido: mañana sol y buen tiempo". l