hireen Abu Akleh, una veterana periodista palestino-estadounidense, murió tras ser disparada mientras informaba para la cadena árabe Al Jazeera sobre una redada de las fuerzas israelíes en la ciudad ocupada de Yenín, en Cisjordania. Al parecer el gobierno sionista consideró insuficiente matarla, y atacó posteriormente su funeral. Los antimotines arremetieron con violencia contra los portadores del féretro, provocando la caída del mismo, con la ridícula excusa de que el ataúd iba cubierto por una bandera palestina. Por momentos se vivieron escenas de pánico, propias de una dictadura brutal que no respeta ni a los muertos.

Conozco el campo de refugiados de Yenin. Lo visité en 2002, poco después de que un ataque israelí con decenas de misiles, lo redujera a escombros. Lo que vi fue una montaña ondulada de piedras, bloques, ladrillos y hierros retorcidos de lo que fueron doscientas casas que fueron literalmente destruidas por la desproporcionada ofensiva que duró once días. Otras 300 casas permanecían en pie, agujereadas y con señales de incendios. Caminé con dificultades por entre las ruinas, sobre miles de toneladas de escombros que formaban una inmensa tumba que todavía días después despedían un hedor a matanza. Nadie sabía nada del paradero de algunas familias que pudieran estar quince o 20 metros más abajo, enterradas.

Pude ver como familias enteras removían cascotes, ladrillos y piedras con las manos, al tiempo que algunos niños deambulaban sin rumbo. Mujeres sentadas, inmóviles, como si ya formaran parte del paisaje estático de la tragedia. Sus miradas perdidas, inmutables al paso de los visitantes. Permanecían en espera. Los sobrevivientes levantaban champas de plástico y sobre colchones dormían en el punto exacto de la que fue su casa. Me dijeron que los muertos verificados eran 58, habiendo unas 300 personas desaparecidas. Los soldados israelíes obligaban a la gente a salir de sus casas sin ropa, maniataban a los hombres sospechosos, y las familias reunidas a una cierta distancia veían como los tanques terminaban la obra de destrucción iniciada por los misiles lanzados desde los helicópteros artillados. El joven Mohamed era paralítico y no pudo escapar a tiempo. Pude ver su silla de ruedas colgada de una pared tambaleante, como una denuncia, como un grito. El caso de Mohamed me trae el recuerdo de Naim, un discapacitado psíquico de Beit Jala al que mataron de un disparo en la cabeza por no respetar el toque de queda. Naim murió sin saber qué es un toque de queda.

El campo de refugiados era y es parte de la municipalidad de Yenin, un pueblo de unos 15.000 habitantes al que se adosó el campo de refugiados con gentes palestinas procedentes de Galilea. Ninguna representación de Naciones Unidas se hizo presente, siquiera para levantar acta de la matanza. Por entonces el primer ministro sionista era Ariel Sharon, quien nunca pudo justificar algo que escapa a todo entendimiento: la destrucción de un pequeño campo de refugiados y la matanza de personas desarmadas.

Unos 20 años más tarde, en este mismo lugar de nombre Yenin ha sido asesinada a sangre fría, la periodista palestino-norteamericana Abu Akleh, de 51 años, por tropas israelíes. Murió por obra de un tiro de precisión en la cabeza. Sucedió el pasado 10 de mayo. Otros miembros de la comitiva de Al Jazeera fueron asimismo tiroteados en lo que fue una emboscada en toda regla. Es el caso de Ali Samudi, periodista del diario Al-Quds, que también recibió un disparo en la espalda y quedó herido de mediana gravedad.

Es un hecho verificado que los sucesivos gobiernos de Israel persiguen a la prensa independiente. Sus fechorías como fuerza de ocupación han de ser ocultadas y la prensa crítica maniatada. Pero esta manera de actuar no sería sostenible en el tiempo si no contara con la complicidad principalmente de Estados Unidos y de parte de Occidente. La "sensibilidad" acerca de la legítima soberanía de Ucrania no cuenta para el caso de un pueblo que lleva más de 60 años sufriendo por la ocupación y colonización sionista. El derecho internacional no puede ser selectivo, pero Israel tiene impunidad para actuar arbitrariamente. Su terrorismo es real. El terrorismo crea terror y eso lo que siente la población palestina objeto de apartheid, de discriminación sistemática.

Al parecer el Derecho Internacional está suspendido cuando se trata del conflicto israelo-palestino. Una declaración de denuncia y de preocupación es todo lo que Occidente hará por Abu Akleh. Enseguida, silencio y olvido. Estos días llegan noticias de asesinatos, abominables, de periodistas en Méjico. Pero hay una diferencia, en Méjico o en Colombia son narcotraficantes los que matan a la prensa, en Israel es el Estado, un gobierno que se autoproclama democrático organiza actos criminales.

Miles de dolientes, muchos de ellos con banderas palestinas y coreando: "¡Palestina, Palestina!", asistieron al funeral. El funeral realizado se considera el más grande que se ha celebrado en Jerusalén desde que Faisal Husseini, líder palestino y descendiente de una prominente familia, murió en 2001. Todo el mundo árabe está de luto y de rabia. Abu Akleh era una comunicadora excepcional, un mito, estaba siempre en zona de riesgo llevada por su compromiso con el pueblo palestino. El sionismo ha querido dejar en shock a la causa palestina.

En las guerras las y los periodistas son los ojos de la ciudadanía universal. Su presencia hace de contención, en alguna medida, de los crímenes de lesa humanidad que se producen. Su presencia molesta porque denuncia y enseña el lado más oscuro que ejércitos y gobiernos desean ocultar. Al periodismo de guerra, extremadamente mal pagado, sólo se puede acceder por vocación, por una conciencia ávida de transmitir información y emociones que ayuden a levantar la paz sobre campos de ceniza. En las guerras los contendientes manipulan los hechos, mientras las y los buenos periodistas muestran la verdad. Así era Abu Akleh, una mujer decidida a transmitir la verdad.

Este asesinato ideado para generar y ensanchar zonas de sombra, de desinformación, se hace en plena ofensiva sionista por más territorio. El plan del Estado de Israel, más allá de las diferencias entre partidos, es uno: seguir conquistando territorio robado para un futuro Israel con absoluto dominio sobre las poblaciones palestinas. La ejecución de la periodista se inscribe en la estrategia de silenciar a la prensa. Silenciar asimismo el derribo de casas palestinas para proceder a construir en su lugar viviendas para colonos, ilegales.

En esta línea de represión sobre la prensa, en estos días hay trece periodistas encarcelados, según Reporteros Sin Fronteras. Pero esta cifra es solo como una foto del momento. En cualquier coyuntura puede convertirse en el doble o en el triple. No hay más que seguir las páginas de (RSN) y de Amnistía Internacional. Es normal que haya periodistas en detención administrativa que puede prolongarse a cuatro meses. l

Politólogo especialista en Relaciones Internacionales y Cooperación al Desarrollo