as etéreas disquisiciones teologales, los cainitas dilemas políticos, el conflicto vasco, la rivalidad deportiva, el sexo y la guerra, todo se puede tratar aquí con menos problemas que si uno aborda con espíritu crítico las fiestas patronales. Parece una tontería, pero eso enciende dos piras eternas en la historia del mundo: la identidad colectiva y la privada, la relación con el prójimo y con uno mismo. Por eso la retahíla de insultos que a menudo acarrea mojarse, que son como las latas colgadas del mini en aquellas bodas, se reduce a dos cruces si uno juzga las fiestas. Lo que pasa es que eres de fuera, lo que pasa es que te has hecho viejo. O sea, al pilón, por metete y amargao.

Y en verdad da igual que usted sea aborigen o aún jovenazo, y da igual que se haya pegado, siendo tan anciano, toda la vida pateando unas calles. Pues el pedigrí no se adquiere con la partida de nacimiento ni con el currículo de trotabarras, sino abanicando el carné de casta, respetando un supuesto consenso alimentado por el mutismo de muchos. Fíjense el miedo que da romper ciertos muros, que ya llevo dos tercios de columna gastados en marear como hace décadas, hace muchas décadas -se acerca el ocaso, sí- merodeábamos fuera de la farmacia antes de atrevernos a comprar condones.

En fin, al grano. Que lo suyo hubiera sido aprovechar el receso pandémico para reflexionar sobre el modelo etílico, la excesiva duración, la falta de alicientes para la chavalería, etc. Yo, ya que estamos, repartiría el presupuesto municipal, y el cansancio corporal, entre unos días de locurón veraniego y otros de potente rollo cultureta en invierno. Por comentarlo.