ue España sea un país en el que abundan los pillos viene de lejos, desde el patronazgo de Rinconete y Cortadillo cuyas andanzas se han emulado con sus variantes más o menos descaradas hasta nuestros días. Cierto que aquellos pillos que retrató Cervantes eran más bien de baja estofa, gentes cutres que se buscaban la vida más bien a la trampa y a salto de mata, justo para sobrevivir sin dar más palos al agua que el ingenio y el descaro. El gremio de la pillería, con los tiempos, ha evolucionado diversificándose en categorías, siendo una de las más preclaras la del comisionista.

El comisionista es un pillo que sabe amarrar bien a dos partes de un negocio para sacar tajada de las dos con el mínimo esfuerzo. El pillo cervantino, el pícaro lazarillo de ciego, se ha convertido en pillo XXL que puesto a sacarse unas perras lo hace a lo grande, ejerciendo su oficio para forrarse sin disimulo, con desparpajo, trocando el maravedí por el doblón. El cubo y la bolita, el tocomocho, la estampita y habilidades similares practicadas durante siglos por generaciones de pillos del tres al cuarto han pasado a ser tarea de golfería, carne de presidio menor y técnica de pringaos. Es curioso que reportajes televisivos y amplias reseñas periodísticas alerten al personal de los peligros de la estafa callejera o de la pericia de los descuideros y carteristas, mientras campan a sus anchas por los campos de golf o los restaurantes de moda, forrándose, los pillos XXL de cuya existencia se ignora hasta que se les descubre, muy de vez en cuando, por cierto.

El pillo XXL, el comisionista, es retoño de buena familia, incluso aristócrata o grande de España, y ya puestos incluso rey. Incorpórese a la especie el conjunto de moscones que pululan en torno a esos pata negra de la pillería, a los amigotes, a los compañeros de colegio, a los colegas de parranda, a los condiscípulos del pádel, a los que emparentaron por casamientos de conveniencia. Y añádase, por último, a políticos sin escrúpulos que tocan o tocaron poder y, si me apuran, a sus familiares. Definida la especie, podemos hacernos una idea de la legión de conseguidores que se han enriquecido y se enriquecen con la nueva picaresca, en un oficio que puede perfectamente ser esporádico y no vitalicio, dado el obsceno volumen de las ganancias.

Los pillos XXL, los actuales piratas de la intermediación, disimulan su tarea titulándose con términos eufemísticos y rimbombantes, como el de "bróker de materias primas", diploma que exhibió ante el juez el penúltimo prócer de la golfería y grande de España, Luis Medina Abascal. Aquí el aristócrata se levantó un millón de euros simplemente por hacer una llamada. Su compinche, Alberto Luceño, también bróker de materias primas, se levantó cinco kilos por entrar por la puerta que le abrió la llamada del colega, contactar quién sabe cómo con un tal malayo San Chin Choon y endilgarle al Ayuntamiento de Madrid mercancía averiada.

A los pillos de toda la vida, a los pícaros callejeros, se les puede reconocer el mérito de la destreza, el ingenio, el riesgo y el vivir pendientes de un leve traspiés o de la rigurosidad de los guardias. A los pillos XXL les basta con la agenda, con el linaje y abolengo, con el don de gentes, con las relaciones cultivadas en saraos y contactos múltiples en eventos institucionales y políticos. En esa especie cuentan lo mismo arribistas, aristócratas, diletantes, protagonistas del revisteo, futbolistas y hasta algún rey que otro. Los pillos de toda la vida sacan del negocio lo justo para ir tirando. Los pillos XXL, si aciertan en la operación, entran directamente a formar parte de la jet.