nte acontecimientos dramáticos como la guerra de Ucrania existe la tentación de hurgar en el pasado en busca de ejemplos que ayuden a comprender el presente y adivinar el futuro en base a lo que ocurrió entonces. La celebración esta semana en Versalles de la cumbre de la UE en un contexto bélico como el que ha desencadenado Vladímir Putin trae a la memoria la famosa conferencia del periodo de entreguerras, cuando las potencias vencedoras impusieron al derrotado, Alemania, una rendición humillante, favoreciendo el ascenso del nazismo y la Segunda Guerra Mundial. El viernes, del famoso palacio salieron los representantes de los Veintisiete con la determinación de reforzar la soberanía y la seguridad comunitarias, es decir, con el doble compromiso de aumentar el gasto en defensa de manera drástica y de avanzar hacia la independencia energética. Son acuerdos importantes y seguramente necesarios, pero la determinación y rapidez con la que se han movido los dirigentes comunitarios no se aprecia a la hora de abordar el impacto que las consecuencias de la guerra empieza a tener en el bolsillo de los ciudadanos y de las empresas, noqueados al ver traducido a euros el coste del sacrificio que nos espera. Pedir a los ciudadanos que consuman menos calefacción como arma de guerra contra Rusia adquiere sentido con una intervención política a la altura de las escandalosas ganancias de la especulación energética.