eferéndum en Suiza. El domingo pasado la ciudadanía suiza aprobó, con un 79,1% de los votos, que los investigadores biomédicos puedan continuar sus experimentos con animales. Este resultado respalda la confianza que los suizos tienen en su legislación al respecto, junto con la europea, la más estricta del mundo, ya que sólo autoriza esas prácticas cuando se demuestra que no existe otra opción y que los beneficios que se esperan obtener para la sociedad son mayores que el sufrimiento infligido.

La propuesta partía de un grupo de ciudadanos del cantón de San Galo, al este de Suiza, entre los que se encontraban un naturópata, un médico de atención primaria y un agricultor ecológico, y pretendía prohibir en todo el país la experimentación con seres vivos, su utilización en la educación científica y la investigación básica, así como la importación de nuevos medicamentos desarrollados con estos métodos. Es la cuarta vez, desde 1985, que el sensato pueblo suizo dice no a esta iniciativa.

Hace unos meses me lo comentaba un veterinario, director de un animalario para investigación ubicado en Euskadi y encargado de velar por el bienestar de los animales e intervenir, con otros profesionales, en la evaluación ética y autorización de proyectos de investigación, aplicando en todo momento las tres erres: reducción (usar el menor número de animales), refinamiento (provocar el mínimo sufrimiento mediante el uso de medidas paliativas) y reemplazo (uso de animales únicamente cuando no exista otra alternativa). Además, es el responsable de la bioseguridad de la instalación, punto fundamental, ya que se ha de mantener un estatus SPF (sin patógenos específicos) para evitar interferencias que pudieran afectar a los protocolos experimentales y, en consecuencia, a los resultados.

Saco a relucir esta faceta profesional, tan poco conocida como discreta e incomprendida de las Ciencias Veterinarias -mi colega no quiere que se citen su nombre o el de la empresa-, cuando en Cataluña acaban de recoger, por medios informáticos, nada menos que un millón de firmas contra el sacrificio de 38 cachorros de la raza beagle, utilizados en el estudio que se está desarrollando en el Parque Científico de la Universidad de Barcelona de un medicamento para tratar la fibrosis hepática, que afecta, aproximadamente, al 2,1% de la población, y la mielofibrosis, que padecen un porcentaje bastante menor, para las que actualmente no hay disponible ningún tratamiento eficiente.

Según la normativa europea, antes de probar el tratamiento en humanos es obligatorio realizar el estudio de toxicidad en dos especies de mamíferos, y una de ellas no puede ser roedora. Y si han optado por los simpáticos perros beagle, criados en unas condiciones especiales para estos fines, es porque los perros de esa raza comparten ciertas similitudes bioquímicas, anatómicas y fisiológicas con el cerebro de las personas, que sería prolijo, aburrido y pelín presuntuoso por mi parte desarrollar aquí y ahora, relacionadas algunas, con el beta-amiloide, que a muchos les sonará por su relación, entre otras patologías, con el alzhéimer.

Viene a cuento recordar ahora esa acertada reflexión que, indebidamente, se atribuye a Bismarck: “Con las leyes pasa como con las salchichas: es mejor no ver cómo se hacen”. La frase corresponde, en realidad, al poeta americano John Godfrey Saxe y figura en un artículo que escribió en 1869 y matizaba que ambas dejan de inspirar respeto en proporción directa a lo que sabemos de su naturaleza y objetivos.

Por lo general, todas las cosas en la vida tienen una cara bonita, el haz y una más heavy, el envés y, siendo necesarias ambas, en esta sociedad infantilizada preferimos quedarnos con la buena, sin interesarnos por conocer la fea. También ocurre con los medicamentos que nos prescriben.

En España, según datos oficiales, en 2020 se usaron 761.012 animales en diferentes proyectos de investigación. De ellos, 789 fueron perros; bastantes menos de lo que es habitual, a causa de la pandemia. A los amantes de los animales nos tranquiliza saber que esa cifra es la mínima necesaria gracias al control legislativo y al acuerdo de transparencia sobre el uso de animales de experimentación científica en España, de 2016, un código voluntario de buenas prácticas que proporciona un marco para fomentar la transparencia y comunicación sobre el uso de animales en investigación científica.

El avance del que se hacían eco los medios informativos hace unos días sobre electroestimulación en parapléjicos o las vacunas contra el SARS-COV-2, cuyo éxito celebramos, o los xenotrasplantes (órganos de animales a personas), son ejemplos de lo que no habría sido posible sin animales de experimentación. Hay muchísimos más. Y una sociedad adulta y responsable debe afrontarlo y aceptar que, desgraciadamente, siguen siendo necesarios para salvar vidas humanas, exigiendo, eso sí, el mejor trato a esos seres vivos y sintientes, evitando todo sufrimiento innecesario, sin caer en su humanización. Otros usos de seres vivos, relacionados con la cosmética, por ejemplo, en el supuesto de producirse, me generarían muchas más dudas.

El caso es que he llegado al final del artículo sin mencionar los progresos en la evolución de la pandemia que, si nos fiamos de lo que a diario nos transmite el desinformativo de la cadena pública vasca, va muy bien porque repiten machaconamente toda la semana, después de hacer de altavoz de la propaganda, de obligada inserción que les proporciona Biden sobre Ucrania para confundirnos, que los empresarios del sector de la hostelería y el ocio nocturno, al parecer los más exactos medidores de la situación, están muy contentos. Amanecerá y veremos.

Arroz con verduras y gambones. Rabo en salsa. Manzana asada con fresas. Café. Chupito de Remigio en el sillón y a ver qué peli nos pone ETB-2, que parece haber adquirido nuevo material.

En España se usaron 761.012 animales en 2020 en proyectos de investiga- ción