ues que ahí estoy, aguzando el oído a ver si en casa empiezan con las toses. Una, que ya tiene práctica con los bastoncillos aunque hay quien se queja y dice que me empeño tanto que toco cerebro al hacer las pruebas de antígenos, se teme que comerá txangurro hasta mayo. Nos juntamos pocos (tranquilos, que somos menos de diez) y de dos unidades convivenciales. Ahora, como me fallen los de fuera, tocará guardar la comida. Si a eso se le suma el mal cuerpo que se tiene con el ómicron pululando aunque toque la pedrea en casa, pues lo dicho, que con txangurro hasta mayo. Y es lo de menos. Ahora toca patear la ciudad en busca de pruebas de antígenos, que es el regalo navideño más solicitado este año. Me recuerda a los juguetes que se promocionaban hasta la saciedad y se agotaban. Olentzero tenía que poner el burro al trote para ir de una tienda a otra hasta encontrarlo y evitar kasketas. Este año no. Este año tocan los bonitos kits que no sé yo muy bien desde qué momento son fiables. Pero por si las moscas hay que estar surtidos, más ahora que puntúan. Cruzo los dedos para no tener que usar muchas más pruebas y para poder variar el menú hasta primavera. No me fío nada de nada. Torres más altas han caído.