n año después de ganar las elecciones contra Donald Trump, el presidente Biden se enfrenta a una enorme pérdida de popularidad y a un fracaso general en sus objetivos políticos: no solamente está lejos de las metas que se había propuesto, sino que ha de dar marcha atrás en varios proyectos que parecen inalcanzables.

Biden se ve así incapaz de cumplir con sus promesas electorales, por mucho que intentó ponerlas en práctica aceleradamente en cuanto llegó a la Casa Blanca: nada más jurar el cargo, empezó a firmar órdenes ejecutivas para anular parte de los cambios realizados por el presidente Donald Trump y para lanzar un ambicioso programa a gusto de los demócratas más progresistas.

Es una situación en la que se halla desde hace meses, pero que se ha hecho aún más patente esta semana con el fracaso de sus intentos para que el Congreso, a pesar de estos dominado en sus dos Cámaras por el Partido Demócrata, aprobara sus proyectos legislativos y los presupuestos correspondientes.

Los esfuerzos de Biden se estrellan ante la intransigencia del ala más progresista de su partido que no se aviene a compromisos, unida al poco deseo de cooperar de los senadores y congresistas más moderados. Y, sobre todo, ante su rápida pérdida de popularidad.

Porque las encuestas indican que el apoyo popular al presidente no para de bajar, especialmente entre el sector más decisivo a la hora de celebrar elecciones, que son los “independientes”, capaces de inclinar la balanza en favor de uno u otro partido. Nada menos que el 40% de los encuestados se opone claramente a su gestión y tan solo el 27% la apoya de forma sólida. En estas circunstancias, los congresistas y senadores no tienen motivos ni temores si lo dejan en la estacada, pues saben que no van a sufrir consecuencias electorales el año próximo, cuando se celebren comicios legislativos.

Los motivos de su escasa popularidad son varios, pero podrían empezar con la lista de promesas incumplidas, desde programas de ayuda familiar, expansión del seguro médico, impuestos para los más ricos o educación pre escolar. Sin olvidar los puntos en que se ha visto obligado a dar marcha atrás, como su política energética: aunque sigue hablando de la necesidad de proteger el medio ambiente y eliminar el petróleo como fuente de energía, no ha tenido más remedio que volver a los productores nacionales que convirtieron a Estados Unidos en el primer productor de petróleo del mundo.

Además, Biden ha mostrado desde el primer día una tendencia sorprendente a anunciar públicamente límites y objetivos de cumplimiento difícil, como los porcentajes de personas vacunadas hasta el 4 de julio (día de la fiesta nacional norteamericana), o la aprobación de las reformes presupuestarias en septiembre. Porque estamos ya casi en noviembre y ni estas metas ni otras se cumplieron en las fechas previstas.

La situación empeoró esta semana cuando se apresuró a dirigirse al país antes de salir rumbo a Roma para la cumbre del G-20 a la que llega también menguado, no solamente porque no acaba de convencer a sus aliados de que Estados Unidos ha dado un giro suficiente en su política energética y se ha alejado del aislacionismo de Donald Trump, sino porque faltarán dos interlocutores tan importantes como China y Rusia, los únicos que podían hablar de tú a tú con el presidente americano.

Ya desde el primer momento de su presidencia, la prisa de Biden por llevar adelante su programa, así como el contenido de sus propuestas sorprendieron a quienes creían haber votado por un presidente moderado, que tan solo quería corregir los excesos de Donald Trump.

La sorpresa ha amainado para convertirse en decepción y también para dar pie a una interpretación que ya existía durante la campaña electoral: que Biden no es quien realmente está gobernando el país, sino que es una marioneta en manos de un grupo que le rodea y con ambiciones políticas de mucho mayor abasto.

Pero si es esto realmente lo que ocurre, los supuestos manipuladores de Biden no parecen tener mucho éxito, pues sus propuestas son impopulares y apenas tienen posibilidades de avanzar en el Congreso.