istóricamente septiembre siempre se me ha caído encima. Unos años más, otros menos, a veces solo me pega de perfil, pero en ocasiones me zurra en toda la nuca, como este. Los que somos de naturaleza algo nostálgica y además tenemos la gran fortuna de contar con vacaciones veraniegas muy largas, septiembre es el mes perfecto para andar con el ánimo no malo pero sí renqueante, hasta que se acaba. Súmale vueltas a la rutina, a las obligaciones ?pocas o muchas, pero cada cual las suyas?, a eso que se llama enfrentarse de morros a la realidad y a uno mismo, que en verano queda algo diluido o al menos aparcado un tiempo. Pero ya queda poco, a lo tonto ya hemos pasado dos tercios de mes y enseguida estamos en octubre y ya nos puede dar el otoño todo lo que quiera. Porque el otoño está muy bien, normalmente, el problema es la transición ésta en la que andas dos o tres semanas que tienes el cuerpo raro y la mente descolocada y no sabes muy bien qué hacer con tu vida. Miren sino la cantidad de gente que estos días pasados habrán visto por la calle en pantalones cortos a 18 grados y chispeando. Tú en abril a 18 grados no ves por la calle en pantalón corto a nadie y si lo ves llamas al 112 para que le lleven la medicación. Ahora en cambio se ven. Yo mismo aún salgo a la calle a días así, como sin enterarme aún de que se acabó, de que that's all folks, que nanay, que hasta el año que viene si hay suerte. Es como si no quisieras asumir la contundencia de los hechos. Luego ya viene el otoño con 3 o 4 días seguidos de tiempo criminal y llegas a casa y agradeces el calor y de repente como que estás bien. Porque estás bien, idiota, estás bien, tienes de todo y te sobra y aún eres capaz de encender la lavadora a las 8 la noche en mitad de esta época de sátrapas y mafiosos. Así que menos melancolías, que estás perdiendo el tiempo y ese no vuelve. ¡No me digas eso! Jajaja.