La metodología basada en el uso de modelos para estudiar la evolución de las sociedades se ha consolidado como buena. Y con razón. No conviene olvidar que un modelo es una simplificación racional de la realidad de los sistemas complejos. Esta metodología sirve para analizar los ámbitos y espacios que componen la estructura de la sociedad.

Además, conviene recordar que las tecnologías y sistemas de cálculo de la actualidad permiten aquilatar, acotar y evaluar los modelos de manera más estricta y fina con menos trazos gruesos y menos generalizaciones. Hoy, tal y como he indicado en algún otro comentario reciente, una parte importante de las manifestaciones públicas que pueden escucharse, abusa, al menos, de dos cosas. De hablar de modelos, porque es un uso aceptado y además justifica muchas cosas sin dar más explicaciones; y, por otro lado, de utilizar esquemas y metodologías propios de otros tiempos para explicar lo que hoy sucede, que es, francamente, bastante más complejo.

Pero es que hay que tener en cuenta que las formas de cálculo tecnológicamente avanzadas pueden mejorar en precisión y rapidez más, si las variables que introducimos en cualquier modelo son las verdaderamente explicativas de la sociedad que pretendemos analizar. Si reducimos los análisis y las propuestas al ser humano como centro real de todo de verdad, no solo verbalmente, es casi seguro que empezaríamos a entender y gestionar mejor la compleja sociedad global del siglo XXI.

Para ello sería adecuado diseñar una matriz de valores que dé cuerpo a un nuevo contrato social que supere al de los romanos, Napoleón y Rousseau, los cuales han quedado obsoletos parcialmente.

Es recomendable tener en cuenta, y conocer, el Libro Blanco sobre la Inteligencia Artificial, elaborado por la Comisión Europea (COM (2020)65), en el que se dan pautas sobre la contemplación y utilización de la inteligencia artificial, y sobre los valores bajo los que realizar dicha utilización.

Valores de la UE de los que siempre hablamos y que el premio Nobel de Economia Joseph Stiglitz indica acertadamente en su último libro, Reconocimiento de la dignidad humana básica: respeto al principio de la legalidad y los derechos humanos, la solidaridad social y una perspectiva equilibrada del papel del mercado, el Estado y la sociedad civil. Estos deberían ser introducidos en nuestros modelos de análisis y predicción. Y esos valores y capacidades técnicas los encuentro perfectamente utilizables en el debate sobre la sostenibilidad de las pensiones, por ejemplo, en donde se ha indicado la posibilidad de incentivar la prolongación de los años de actividad a través de una paga de 12.000 euros al año, para cada persona que, efectivamente, retrase su jubilación, sin demasiadas más precisiones.

A mi juicio, es un enfoque de trazo excesivamente grueso. Estamos en una sociedad global en la que existe información individualizada. Existe en el mercado esa información convertida en "materia prima", utilizada por empresas que nos ofertan productos y servicios según nuestro perfil. ¿La Administración Pública no cuenta con información similar? Lo que planteo debería provocar un debate de fondo sobre algunos aspectos estructurales y básicos relativos al tener y utilizar dicha información individual, lo cual me parece bien si el mismo se realiza en el ámbito de la sociedad con los gobiernos al frente, y no en el ámbito exclusivo de las empresas privadas.

Por otra parte, la capacidad, el cómo se obtiene y utiliza esa información requiere una infraestructura adecuada. Si no hay esa capacidad, inviértase en ella. Considero importante la creación de matices sectoriales que aclaren las condiciones de las actividades laborales sectorializadas y personalizadas susceptibles de recibir esa paga de 12.000 euros al año, y otros que por imposibilidad física o mental sobrevenida tengan que prejubilarse, y no por ello ser penalizados. Estructúrese un sistema, que se puede, que no penalice al más débil y que aborde de una manera menos global y más acotada en términos individualizados, sectoriales, temporales y de cuantía.

Un último apunte sobre la variable generacional relativo al esfuerzo necesario a realizar para minimizar el efecto negativo sobre las generaciones futuras de nuestros excesos: resulta conveniente, también, no ignorar a la Tercera Edad en el devenir de la propia sociedad, ya que implica un claro empobrecimiento agregado, concretado en su experiencia, conocimiento y su capacidad de consumo.

Es importante e interesante esta reflexión, tanto como hacerse la pregunta de qué hubiera pasado con Bach, Cervantes o Iñigo de Loyola, si se los hubiera jubilado. Y más que con ellos, qué hubiera pasado con la Humanidad sin esos ni otros personajes similares.Economista y empresario