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ada vez que arranco el motor del ordenador para escribir una de mis interminables filípicas semanales, pienso en la reacción de mis lectores. Muchos, al parecer, y cada uno de ellos de un padre y madre diferentes, de colores políticos diversos y oriundos de los lugares más insospechables y remotos.

Tras su lectura, los habrá que piensen que hoy me ha salido muy profesional, muy "para tu gente" como dice mi esposa, los habrá que opinen que es muy progre, atrevido, incluso faltón, mientras que muchos me identifican con posiciones conservadoras, incluso se han atrevido a llamarme portavoz del Vox vasco. En fin, como dice el dicho, ¡para gustos, los colores!

Pues bien, recientemente, en un distendido diálogo con Laura, discreta pero eficaz directora del Foro Rural Mundial a cuya junta directiva pertenezco, que está inmerso en una estrategia mundial para impulsar la agricultura familiar y que celebra el Decenio de la Agricultura Familiar bajo el amparo de la ONU, le hice saber quem tras llevar varios años algo incrédulo sobre la validez de la estrategia pro Agricultura Familiar para el continente europeo y, más concretamente, para el entorno más cercano, vasco y estatal, es ahora cuando más consciente soy de la importancia de esa reivindicación.

Cada vez son más numerosos y evidentes los ejemplos de eso que llaman la agroindustria, donde los productores, meros trabajadores sin arte ni parte ni en la propiedad ni en la dirección del proyecto, y por otro lado los propietarios, sociedades mercantiles que delegan la dirección en sus ejecutivos de confianza, producen a mansalva para llenar los almacenes de la industria que transforma y envasa, coloquialmente hablando, a maquila, para la cadena de distribución, que es la que tiene el contacto directo con el consumidor final. Hablando de gustos, creo que este párrafo me ha quedado muy rojillo.

Todavía son franca mayoría, así lo deseo al menos, las explotaciones familiares en los diferentes subsectores productivos a lo largo y ancho de la península. No obstante, es innegable el avance de esa otra agricultura donde el factor principal, si no único, es el volumen, la economía de escalas y el precio unitario, sea leche, carne, aceituna, trigo, lechuga, cordero, etc.

El descenso en la rentabilidad de la producción agraria, todo ello motivado por una alimentación low cost, impulsada por eso que se viene llamando el mercado, y alentada por la clase política que todo lo mide por el IPC y por la capacidad de consumo de la gente, conlleva que los productores, sean del subsector que sean, se vean abocados a producir más y más, incrementar las cabezas de ganado, aumentar la dimensión de las parcelas e invernaderos, etc.

Esos mismos productores son bien conscientes de la dificultad de encontrar mano de obra para las tareas agrícolas, bien por falta de interés y atractivo, bien por las condiciones socioeconómicas que pueden ofrecer los productores.

Pero aún así, la tesitura les obliga a incrementar. Así, comprobamos cómo contratan a quien no deben, a quien no pueden pagar o, en su caso, sustituyen la mano de obra por una maquinaria cada vez más grande y cara, difícil de amortizar. Se centran en las tareas más inmediatas, evidentes y meramente productivas, dejando de lado todas aquellas otras facetas (gestión económica, tareas burocráticas, cuestiones medioambientales, etc.), cuando no abandonando parcelas y tierras que no son muy productivas y cuyas labores requieren más tiempo de lo permisible. Este párrafo, más que oscuro, me ha quedado negro.

Producir por producir, barato y a mansalva, nos está llevando a que las explotaciones familiares diseminadas por todo el territorio y que ancla la población en el tejido rural son sustituidas por megaexplotaciones con consejo de administración, empleados propios (cuantos menos, mejor) y donde las tareas son ejecutadas por empresas externas de servicios agrícolas. Obviamente, para sacar el máximo rendimiento en el menor tiempo posible a todo el entramado no cabe otra que sustituir olivos tradicionales por setos de olivo intensivo recogidos por una cosechadora, viñedos tradicionales que son sustituidos por arbustos, granjas familiares que son sustituidas por macrogranjas, etc.

Nadie, al menos abiertamente, impulsa y/o ampara este tipo de sector. No tienen madre o padre que les cobije, pero crecen. No tienen la adhesión de los consumidores, aunque les compren la mercancía. No tienen el respaldo de la clase política, aunque los toleren. Ahora bien, visto lo visto, lo que nos les faltan son padrinos.

Conviene no olvidar que una vez puesto en marcha el engranaje, resulta difícil parar la rueda y así, nos encontramos con un sector productor español, en una parte importante al menos, arrojado a los brazos del mercado libre, con problemas de sobreproducción en sectores tan importantes como el aceite y el vino, con sectores ganaderos (porcino, vacuno carne, avicultura) realmente dependientes de la alimentación exterior y de la exportación a mercados terceros, un sector hortícola temeroso ante el aumento de importaciones marroquíes, etc.

Por ello, no conviene olvidar la frasecita de marras que afirma que "siempre habrá alguien más al sur que producirá más barato que tú" y, por eso mismo, más que nunca, creo que debemos ser conscientes que el precio nunca debiera ser la única estrategia. Cada vez producimos más, cada vez exportamos más, cada vez generamos más macroeconomía. Ahora bien, con el tiempo, ¿cada vez habrá más agricultores dueños de su destino cuya microeconomía les permita vivir holgadamente? Releo, una vez acabada, la filípica y, sinceramente, creo que me hace falta una dosis de esperanza, verde esperanza.