a verdad es que me da todo bastante igual", es el último mensaje que me enviaron antes de que WhatsApp se cayera ayer por la tarde en al menos 45 países del mundo, junto a Facebook e Instagram. Yo contesté con un "ok", porque quienes me conocen me acusan de que abuso mucho del ok, y a partir de ahí el silencio. La app de mensajería que engulló al sms se quedó muda, así que ya era tarde para que indagara si ese último mensaje que me llegó era de reproche por mi frase anterior, una llamada de atención sobre un todo que quizás es algo concreto o qué era aquello. Twitter, Telegram y las alertas de bastantes webs empezaron a jalear la caída de la aplicación del telefonito verde como jaleamos los perdedores cuando el equipo contrario se mete un gol en propia puerta y supone nuestra victoria durante un ratito del partido. El tiempo fue pasando y cuando el cacharro volvió a funcionar, como 50 minutos después que parecieron más, me resultó violento resucitar esa última frase en estos tiempos en los que todo tiene que suceder al instante o ya es tarde. Y me vino a la cabeza cómo era aquello que hacíamos de escribir una carta, que no llegaba a destino ni obtenías respuesta hasta pasadas semanas. Y al final compartías más miedos y hartazgos que en un wasap y ningún idiota te respondía solo ok.