esulta sorprendente, -y en esto me niego a admitir como excusa el bajo volumen de información económica en época navideña en los medios informativos-, que un extenso reportaje del prestigioso diario estadounidense The New York Times publicado el pasado día 30 de diciembre, poniendo en valor el modelo cooperativo de Mondragon como una alternativa exitosa frente a las empresas de capital y una eficaz respuesta en términos de empleo y bienestar social en época de crisis como la que actualmente sufrimos, haya pasado totalmente inadvertido ante la opinión pública.

Y que el mismo periódico, siete días antes, por calificar la tarta de queso del restaurante La Viña de Donostia como "sabor del año" por parte de una prestigiosa crítica gastronómica, poniendo de relieve que ha marcado tendencia en chefs estadounidenses y de Singapur, haya provocado ríos de tinta en todo tipo de publicaciones tanto convencionales como digitales, pone de manifiesto que algo en este país no funciona. Con todos mis respetos por Santiago Rivera, que tiene el grandísimo mérito que, desde su bar de la Parte Vieja, haber llegado al firmamento de la gastronomía mundial con un postre como su tarta de queso. No parece lógico.

Desde un plano objetivo y viendo la reacción de los medios de comunicación tanto locales como estatales a las dos informaciones publicadas por el mismo periódico neoyorkino parece que en este país lo que realmente importa es todo aquello que tiene que ver con nuestra cultura gastronómica, -con ser importante en términos de turismo y proyección exterior-, mientras que carece de interés todo aquello que tiene que tiene que ver con que Euskadi sea un modelo de referencia mundial en el desarrollo de un nuevo modelo de empresa tanto cooperativa como participada que ha demostrado su gran capacidad resiliencia en todas las crisis que hemos sufrido en las últimas décadas, incluida la actual originada por el COVID-19.

Que The New York Times titule su extenso reportaje: "Las cooperativas vascas suavizan las aristas del capitalismo" y complete esa idea con el subtítulo: "Un grupo de empresas propiedad de los trabajadores puede presentar un modelo alternativo a las economías dominadas por el interés de los accionistas", significa un nuevo respaldo y reconocimiento internacional al modelo cooperativo de Mondragon, -por si no hubiera quedado poco claro hasta ahora-, y pone relieve la ausencia de un gran apoyo colectivo ciudadano a esa forma de entender la empresa, -quizás también por méritos propios-, que puede percibirse en determinados ámbitos políticos, sociales y económicos de este país.

Con la que está cayendo y en una economía anestesiada por la gran liquidez monetaria que existe en los mercados como consecuencia de la política expansiva del Banco Central Europeo (BCE), que está provocando que muchas empresas estén sobreviviendo a la crisis cuando en circunstancias normales hubieran quebrado o cerrado, poner como ejemplo un modelo de compañías que han sabido capear la situación manteniendo vivo su objetivo que es el de preservar y generar empleo y el reparto de la riqueza, parece que genera mayor reconocimiento en el extranjero que dentro de casa. Paradojas de este país.

El reportaje de The New York Times parte de la situación de la cooperativa Erreka Group, cuyo director general es Antton Tomasena, que como la mayoría de las empresas de Corporación Mondragon, tuvo que cerrar como consecuencia del confinamiento en la primavera pasada y que, gracias a su carácter cooperativo, pudo tomar decisiones como bajar los salarios un 5%, lo que le permitió no prescindir de ningún trabajador y seguir abonando las nóminas de toda la plantilla.

Esta flexibilidad en la gestión y la filosofía de las cooperativas orientada a la conservación y generación de empleo es lo que ha llamado la atención de The New York Times frente a la idea tradicional de que el objetivo de las empresas es maximizar los beneficios a favor de sus accionistas.

El reportaje del periódico neoyorkino contrapone el modelo de empresa de capital de Estados Unidos donde los ejecutivos de las 350 empresas más grandes del país cobran 320 veces más que el salario de un trabajador medio, mientras que en las cooperativas de Mondragon las nóminas de sus directivos son seis veces más que lo que percibe un cooperativista medio. Un dato que le sirve al rotativo para contraponer uno y otro modelo de empresa y perfilar que las compañías propiedad de los trabajadores se configuran como la mejor alternativa a las empresas convencionales porque saben responder de manera más eficaz y con el menor coste en términos de empleo a las crisis.

La crisis provocada por el COVID-19, a la que hay que añadir la financiera de 2008, está provocando un cambio de paradigma a la hora de concebir la empresa que nada tiene que ver con los viejos clichés hasta ahora utilizados y que se resisten a desaparecer, entre otras cosas, cuando se plantea una cuestión de primer orden como es la participación de los trabajadores en el capital de las compañías.

En Estados Unidos, ya hay una corriente de 181 miembros de Business Roundtable, el grupo de ejecutivos más importantes del país, que han manifestado su compromiso a dirigir sus empresas no solo para maximizar la inversión de los accionistas, sino también teniendo en cuenta las necesidades de sus trabajadores, proveedores, medio ambiente y el entorno social en donde están ubicadas. Aquí, afortunadamente, en este terreno llevamos algunas décadas de ventaja.