omo último paso de Trump como presidente (una vez el Colegio Electoral haya ratificado la victoria de su rival a la Casa Blanca, Joe Biden), ha querido dejar su destacada impronta internacional: el pleno establecimiento de relaciones diplomáticas entre Marruecos e Israel, a cambio del reconocimiento de la soberanía marroquí en el Sáhara. Si hace un tiempo el presidente revelaba al mundo su gran plan para resolver el conflicto palestino que quedó en nada, hoy lo que hace es dejar en una posición inmejorable a Israel, a costa, eso sí, de que dos de los grandes conflictos del siglo XX irresueltos caigan en manos de los agresores€ Aunque nadie podía pensar que los conflictos del Sáhara y Palestina pudieran hermanarse de esta manera, al situarse en contextos distintos y realidades diferentes, el hecho es que Trump ha conseguido la cuadratura del círculo. Por un lado, a Rabat le interesaba encontrar un apoyo en sus pretensiones sobre el Sáhara, y que fuera la primera potencia mundial la que se lo concediese era un regalo caído del cielo que no ha desaprovechado. El hecho de que la misión de la ONU, Minurso, permanezca sobre el terreno, no ha sido impedimento para que EEUU impulse su diplomacia paralela, ignorando así al máximo organismo internacional por antonomasia, que debería ser quien se encargarse de gestionar dicha cuestión. Con Trump todo es posible, incluso, el abandonar una de las últimas grandes causas pendientes de la descolonización, renunciando a exigir el respeto por un pueblo sometido a la ley del más fuerte y ninguneando, paralelamente, a la ONU.

¿Dónde queda el espíritu norteamericano de defender al débil allí donde se lo necesita, de abanderar la lucha por la libertad y la justicia? La jugada ha salido redonda. Washington ha conseguido añadirse un nuevo tanto. Tras el fiasco monumental del acuerdo del siglo, ha buscado la manera de inclinar la balanza para romper el aislamiento de Israel en el marco de los países árabes. Para Trump esto es alta política, para los demás, oportunismo y frívolo negocio. Así, ha conseguido que tanto Emiratos Árabes Unidos, como Baréin y Sudán se sumen a los Acuerdos de Abraham logrando que normalicen sus relaciones con Tel Aviv, y ahora ha logrado lo mismo con Marruecos. No es baladí, a pesar de que Mohamed VI haya señalado que seguirán con su compromiso por la lucha del pueblo palestino, ya no resulta creíble. Pues el paso dado por Trump no deja de ser, a corto y medio plazo, un tremendo manotazo a las pretensiones del Frente Polisario y, por lo mismo, a las palestinas. Los últimos pasos saharauis, tal vez, poco acertados, de reavivar las llamas de la guerra, han quedado ya en agua de borrajas.

Su repercusión a nivel internacional ha sido más insustancial, no ha cobrado ningún efecto ni implicación internacional decisiva, demostrando que las prioridades actuales son otras. La llamada de la Unión Europea a la paz no solo ha sido una demostración más de inoperancia e impotencia, mientras Rabat y Washington negociaban en secreto desde hacía meses. Trump justificaba su decisión al afirmar que la única salida realista para el conflicto es la autonomía€ aunque habrá que comprobarlo (y quién mejor que la ONU para hacerlo) ya que resulta efectivo que deje el asunto en manos de las mismas autoridades que menosprecian a la población a la que han de otorgar cierta capacidad de autogobierno. Para el pueblo saharaui este compromiso es invalidar sus legítimas pretensiones, porque mientras sea Marruecos, un país seudodemocrático, quien dictamine las reglas de juego, las posibilidades de que los saharauis puedan recuperar sus derechos y la dignidad perdida son harto improbables.

La concesión de una hipotética autonomía por parte de Rabat al Sáhara (que está por ver) implicaría un cambio en sus políticas internas, un reconocimiento de su identidad y la constitución de instituciones propias. Más preocupante aún es que nada se dice sobre los refugiados de Tinduf, en Argelia, donde viven miles de saharauis como apátridas y que es improbable que acepten convertirse en ciudadanos marroquíes de facto. O incluso, es más, las mismas autoridades marroquíes tampoco querrán aceptar su retorno por el peligro que representan. Trump ha presentado su éxito diplomático como un logro sin paliativos, pero sin medir las consecuencias y asegurar los compromisos. Marruecos puede aprobar una autonomía al Sáhara de nombre y, luego, actuar a su albur. Lo único cierto es que Trump ha dado la espalda a la ONU y ha sacrificado a dos pueblos en un solo movimiento, sin resolver el problema de fondo, enquistando más (al menos en el caso del Sáhara) tales realidades adversas, buscando respuestas simplistas a problemas complejos. El tiempo, de todas maneras, mostrará los efectos a largo plazo de tan irreflexiva decisión., Y aunque el efecto en Palestina es menor, también se hará notar, el fin del aislamiento de Israel supone reforzar sus posiciones y menguar cualquier atisbo de presión para determinar un futuro para los palestinos.

De hecho, su situación es ya insostenible. Gaza se ha convertido en un lugar de miseria y fanatismo, una cárcel en la que unos millones de palestinos malviven sin poder aspirar a un mañana mejor. Israel ha desplegado todo un dispositivo de seguridad que le permite mantener su presión, asegurando unos niveles muy bajos y precarios de vida. En Cisjordania, la amenaza que se cierne es sobre el mismo territorio. La ampliación de las colonias ilegales y el proceso de destrucción de la cohesión de las comunidades palestinas en favor de los israelíes es una estrategia que está trayendo aparejada la imposibilidad de volver a hablar del retorno a las fronteras de 1967. Los palestinos, cada vez más solos y desasistidos, a pesar de que puedan despertar compasión y solidaridad internacionales, ven impotentes como su situación se vuelve cada vez más angustiosa al capricho de los dictados de Israel. El panorama que se cierne sobre saharauis y palestinos, desde luego, no puede ser más sombrío.

Doctor en Historia Contemporánea