l primer recuerdo que tengo de fiestas de mi pueblo es extraño: en los autos de choque, molesto, pero contento. Yo creo que era 1988 o 1989. El caso es que había pasado esa mañana por el médico. Eran otros tiempos, sin coronavirus ni chorradas. Te podías coger la bici y darte una torta sin decir nada a tus padres y nadie lo grababa con el móvil. Bajábamos Gaintza y el bueno de Antton, con el que no he vuelto a ir en bici, me llevaba a rebufo. Yo quería más, pero era incapaz de pasarle, hasta que en una curva se abrió al exterior y dije: "Tate, ahí voy". Descubrí enseguida el motivo de su gentileza y no era otro que una zanja. No soy ningún milindris. Pero me asusté; se lo confesé al aita y me llevaron al ambulatorio. Recuerdo al médico riéndose: "¿Cómo te has hecho esto, hijo?". Solo tenía rozaduras en las rodillas, codos y el glande..., sí. Ni estoy hablando de tamaño, ni soy chino. Soy de Beasain. Entonces todavía echaban agua oxigenada, por cierto. Pero ni aún así fallé a las Loinatz Jaiak; ni lo hice en 2018, cuando de nuevo la bici se cruzó en mi camino: fractura múltiple de omóplato; pero el resto, intacto. "Algo rarísimo, y perdona que me ría", dijo la médico de Urgencias. Total, que hoy, sanito y sin heridas, echo de menos hasta el sangrado genital. Eso sí, desescalo, y el pañuelo no me lo quito desde el 22 al 31.
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