os días de calor invitan a vivir con la ventana abierta, una actitud vital más fácil si el piso no está a pie de calle. Junto a la acera en la que dos chicas, una de vuelta a casa con la barra de pan, y otra, sin barra de pan, a punto de sumarse a la cola de la panadería, repasan sus vidas confinadas. Y las de sus familias. Esos días de abril que no fueron en Galicia, un poco en la Costa da Morte y otro poco en las Rías Baixas, "que siempre hace sol". Menos cuando llueve, que cae más agua que albariño. Un repaso a los planes que no fueron, a los que hoy tampoco son, como esa incierta vuelta a las aulas, y a los que, quizá, modificados, podrán ser en verano. Si es que hay verano, más allá de los tres meses de calendario en los que hacíamos unas cosas que no haremos. Si las hacemos, serán de otra manera, por lo que no serán lo que eran. Una suerte de nostalgia no ya del pasado, sino del futuro. El que se aguardaba con esperanza: era el acto de la ópera en el que nuestra vida cambiaría. Obviábamos el precipicio e imaginábamos que iríamos a mejor. Las hostias que nos dimos. El futuro lo vemos incierto. Antes también lo era, pero nunca lo quisimos mirar así. Ahora echamos de menos el futuro de esa guitarra de ritmos irregulares rasgada en el chiringuito de playa. Si es que hay playa.