Síguenos en redes sociales:

Mesa de Redacción

Carlos Marcos

Comprar y correr

a igual a donde vayas, siempre hay sitio para aparcar. Después de ni sé cuántos años de carné he aparcado por primera vez al lado del súper, de la frutería, de Correos... Me siento como si viviera en una de esas pelis yanquis, donde todos aparcan en la puerta. Y cuando entras al súper, es aún mejor. La gente no se te agolpa mientras coges el producto de turno. Que qué puta manía es esa de que metan las zarpas mientras estás cogiendo algo. Eso deberíamos de mantenerlo. Y cuando vas con el carro no tiene que ir apartando a nadie, la gente te hace pasillo para que no te acerques, no hay niños dando la murga y tirándolo todo (bueno, esto parece que cambiará pronto) y si te topas con el vecino plomizo... ¡Ah!, distancia de dos metros. No estás obligado a darle palique. "¿Qué? Que no te oigo. Ya hablaremos cuando todo esto pase". Pero lo mejor, lo mejor de todo, es que no eres runner porque te lo ha prohibido el Gobierno. Ya no hay que inventarse excusas chorras porque las autoridades sanitarias me recomiendan, mejor aún, me obligan a que no salga a hacer deporte. A que no corra, a que no pille la bici para andar por ahí sin rumbo, a que no juegue un partido con nadie: ni fútbol, ni basket, ni frontón, ni hostias. ¿Y cuándo dicen que esto se acaba? Porque será el síndrome de Estocolmo, pero yo ya empiezo a cogerle gustillo.