l respecto, es preciso distinguir tres periodos. El primero, que va de 2005 a 2011, se distingue por la consolidación de los partidos nacionalistas como tercera fuerza política. El contexto está marcado por una fuerte dinámica territorial, sinónimo de movilización de la sociedad civil organizada, a través de la acción de los Demo, el auge de la plataforma Batera o la creación de Laborantza Ganbara, así como de numerosas iniciativas institucionales con la puesta en marcha de una nueva política lingüística y la aprobación del Contrato Territorial País Vasco 2007-2013. Esto repercute en las formaciones nacionalistas vascas que, tras una primera fase en la cual se dividen en torno a la actitud a mantener hacia la lucha armada practicada por ETA, lo que desemboca en la escisión de Abertzaleen Batasuna (AB) y la creación de Batasuna, deciden agruparse en el seno de la coalición electoral Euskal Herria Bai (EH Bai). Esta estrategia de unión repercute igualmente en la adhesión de estos partidos, a los que se añade el Partido Nacionalista Vasco, a la federación Regiones y Pueblos Solidarios. Esta aproximación es recompensada por el electorado nacionalista, especialmente en las elecciones municipales y cantonales de 2008, que son las más favorables a estas formaciones en la medida en que los retos locales prevalecen.

El segundo periodo, que se desarrolla entre 2011 y 2017, se especifica por la transformación de estos partidos, no solamente en la primera fuerza de izquierda, sino también y sobre todo en una alternativa creíble a las formaciones estatales de centro-derecha. Este salto cuantitativo y cualitativo es posibilitado por el proceso de paz iniciado en 2001 con la Conferencia de Paz de Aiete y el fin de la lucha armada practicada por ETA, lo que permite a la izquierda nacionalista del sur del Bidasoa presentarse a las elecciones y cosechar buenas resultados, pero también la reactivación de instancias transfronterizas, tales como la nueva Udalbiltza y la Eurorregión Euskadi-Aquitania, a la que se incorpora Navarra; sin olvidar la consolidación de la gobernanza local, con la ratificación del Contrato Territorial País Vasco 2015-2020, y la reactivación de la reivindicación de institucionalización del territorio, vía la demanda de una Colectividad Territorial con estatus particular y la propuesta de la Mancomunidad Única. Esto surte efectos sobre los partidos nacionalistas vascos, puesto que AB decide profundizar su estrategia de unión y la izquierda independentista "oficial" se dota de un nuevo partido, Sortu. Además, estos partidos se inclinan por transformar EH Bai en una formación política ordinaria y esta refuerza sus lazos con su homóloga del sur de los Pirineos. Los resultados son palpables, sobre todo en las elecciones locales, donde EH Bai progresa en número de votos y de cargos electos, además de sustituir progresivamente al Partido Socialista como primera fuerza de oposición y principal alternativa.

En un tercer periodo, que se inicia en 2017, nuevas perspectivas se abren al nacionalismo vasco. En efecto, la institucionalización del territorio, con la creación de la Comunidad de Aglomeración del País Vasco, y la consolidación del proceso de paz, con el desarme y la disolución de ETA, así como la flexibilización de la política penitenciaria, favorecen la construcción de una convivencia. A todo ello se añade la movilización llevada a cabo por el movimiento Bizi! en torno a la reivindicación de justicia social y medioambiental, que toma la forma de Alternatiba y de la moneda local Eusko, y el activismo del sindicato agrícola ELB, que está presente en todos los frentes. En ese nuevo panorama, EH Bai intenta afrontar los desafíos venideros, Sortu trata de refundarse a pesar de su reciente creación y el PNV busca una mayor visibilidad política. Los frutos son tangibles puesto que, a pesar de una escasa participación y de una fuerte polarización de la campaña de las elecciones legislativas que suceden a las elecciones presidenciales de 2017, EH Bai progresa en votos y en porcentajes.

Más allá de este análisis, una serie de conclusiones pueden extraerse del análisis del voto nacionalista vasco entre 2005 y 2019.

En primer lugar, ese voto progresa lentamente pero seguro. A medida que sus ideas se convierten en mayoritarias y que sus principales reivindicaciones suscitan la adhesión de una amplia parte de la población, incrementa su implantación electoral y se convierte en ineludible en el panorama político local. Los principales partidos del Hexágono son perfectamente conscientes de ello.

En segundo lugar, los partidos nacionalistas vascos consiguen sus mejores resultados en las zonas rurales, tanto en Baja Navarra como en Zuberoa, y progresan en el interior de Lapurdi, con unos resultados significativos en el sur del litoral vasco y en torno a la aglomeración de Baiona. En cambio, padecen una escasa implantación en la aglomeración de Baiona-Angelu-Biarritz. Esto se explica, en parte, por el hecho de que cerca de seis de cada diez habitantes residentes en estos municipios no son originarios del País Vasco; sabiendo que la identificación a una lengua, una cultura, una identidad y un territorio propios exige tiempo como consecuencia de un largo proceso de socialización.

En tercer lugar, estos partidos se han convertido en la tercera fuerza política y en la primera formación de izquierda, adelantando al Partido Socialista e incluso sustituyéndole. En el peor de los casos, se convierte en el árbitro de las segundas vueltas, obligando a los principales partidos de gobierno a apropiarse sus temáticas y a hacer concesiones en cuanto al reparto del poder institucional; y, en la mejor de las configuraciones, deviene en principal alternativa a los partidos estatales de centro-derecha.

En cuarto lugar, los partidos nacionalistas vascos tienen la capacidad de imponer su agenda política a las demás formaciones. Esto ha quedado de manifiesto a lo largo de los últimos años con la centralidad adquirida por la institucionalización del territorio y el proceso de paz. Solamente la Agrupación Nacional de extrema derecha se ha posicionado en contra de estas demandas, mientras que los demás partidos se han adherido a ellas en mayor o menor medida y ninguno se opone abiertamente a ellas por temor a padecer cierta marginación política.

En quinto lugar, a medida que los partidos nacionalistas consiguen cargos electos y acceden al poder en ciertos ayuntamientos, deben demostrar una capacidad de gestión en los diversos ámbitos de la vida municipal, desde el urbanismo al comercio local pasando por la seguridad y el empleo. En caso de éxito, como en Hiriburu, esto se traduce en un incremento de legitimidad y de arraigo local, lo que permite acceder a cierta notabilidad, recurso esencial cuando el modo de escrutinio es mayoritario a dos vueltas.

Más allá de estas características, queda por ver qué resultados cosecharán los partidos nacionalistas vascos en las próximas elecciones locales.

Profesor de Sociología Universidad del País Vasco