El uso irracional del idioma con pretensiones de mostrar imagen de cultura o para humillar al interlocutor hace que se utilicen las palabras en su peor acepción, aunque algunos periodistas popularizan errores de bulto que avergüenzan a sus lectores u oyentes. En un artículo de fondo un conocido periodista afirmaba que sentía soberbia como español y que se avergonzaba de que los catalanes tuvieran su misma nacionalidad. Es la clásica vomitona del periodista que se siente impune e incluso orgulloso de su “cultura democrática”. Quizá habría que sugerirle que antes de rebuznar mirase al diccionario por si puede contribuir a evitar el ridículo por su prepotencia. La soberbia es uno de los pecados capitales que nos enseñaron en el catecismo y el maestro ponía como ejemplo paradigmático al pueblo alemán. Por cierto, tres guerras que provocó, las tres las perdió, pero su soberbia nunca ha admitido el fracaso. El orgullo a aportar un tono más civilizado y menos agresivo a las expresiones patrióticas de los que han colonizado un pueblo o una comunidad. Eso es soberbia y encubre el afán de humillar. El orgullo es una virtud que surge de la autoestima que se origina en los valores propios, bien sean personales o por su pertenencia a un pueblo o nación que genera sentimientos de felicidad que no tiene nada que ver con otras personas o naciones. Los vascos se sienten orgullosos por pertenecer a su pueblo, del euskara como idioma propio, de conservar la identidad a pesar de la hostilidad de los que les rodean. Pero no sienten soberbia por serlo, pues tampoco considera que nacer en Euskal Herria suponga un mérito a sí mismo atribuible. Pero rechaza con orgullo ser absorbidos por pueblos colonialistas y para ello han desarrollado un procedimiento que les ha dado excelentes resultados: consideran vasco a todo el que quiere serlo, sin exigir a nadie el árbol genealógico.
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