La postura de la Iglesia Vasca en la etapa de la violencia político-militar de ETA es objeto de crítica y debate. Pese a la condena de los atentados de ETA y de otros tipos de violencia, se achaca a la Iglesia de complicidad con ella o, cuando menos, no estar a la altura de esta circunstancia histórica. Siendo este un tema complejo y amplio, quisiera centrarme en uno de los aspectos de la crítica: el de que la Iglesia Vasca no cumplió con el papel de referente moral vinculado a la propia institución. Como representante de la ejecutoria de la Iglesia Vasca escogeré al obispo José María Setién, que durante décadas fue la cara de esta institución. ¿Falló Setién en el cumplimiento de ser ese referente moral?
José María Setién era hijo de la orientación “personalista” del catolicismo que se convirtió en ideología dominante de la Iglesia tras el Vaticano II y que arraigó fuertemente, en su orientación social y política, en el País Vasco. Entra en su cargo en el mismo momento de la transición democrática vasca y española. Esta es una cuestión que resulta fundamental para entender el mensaje que machaconamente repitió a lo largo de sus declaraciones y escritos. La irrupción del valor de la política en la plaza pública, junto con el beneficio de la pluralidad democrática, podría traer un peligro: el de la división de la sociedad en bandos inconciliables en función de ideas políticas excluyentes. Recordemos que la transición democrática fue un proceso tormentoso y nada pacífico, en el cual las prácticas del régimen franquista (de torturas y asesinatos) pervivieron largamente y organizaciones terroristas (sobre todo las dos ETAs) mataron a cientos de personas.
También se daba en aquellos años una aceleración del proceso de secularización: la Iglesia Católica, que había sido, en Euskadi, una institución que unificaba a la sociedad, se iba a convertir en una opción entre otras. La reflexión de José María Setién planteaba que a falta de una aquiescencia de los valores cristianos, que habían fundamentado la convivencia, había que proponer una serie de valores mínimos, anteriores a la política/pre-políticos, en la que todos los vascos estuvieran de acuerdo, como criterio de cohesión necesario para una vida libre en sociedad.
Setién planteó, en esos momentos, la necesidad de una ética común por encima de las diversas opciones políticas. Esta ética común se encontraba atada a otra circunstancia histórica, como era la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU tras la Segunda Guerra mundial y el consenso alcanzado en Europa donde se produjo la confluencia entre la democracia cristiana y la socialdemocracia que fueron fruto de la experiencia traumática del nazismo y los totalitarismos. Entonces se planteó una analogía y un ámbito común de los valores humanistas y cristianos, como salvaguarda de las personas frente a los totalitarismos ideológicos.
Setién estableció así una ética cuya función quería ser la de juzgar a la política o los actos políticos, sin que ocupara el espacio de lo político. Este fue el criterio con el que juzgó las diversas violaciones de derechos humanos. Desde su institución, Setién condenó las acciones ETA, y pidió al Estado español respetara su propia legislación (con lo cual condenó también la guerra sucia y las torturas). Según Setién, el juicio ético debía seguir reflejando unos valores comunes, de tal manera que la conciencia de lo bueno y de lo malo no pudiera ser deformada por las contingencias de los radicalismos y las componendas políticas. Setién decía que la universalidad de los valores debía de reflejar el actuar ético de las personas y los colectivos. Y que ese discernimiento era un factor esencial para la salud pública.
El mensaje del Obispo se encontraba en conexión con todos los niveles de la institución eclesial. Dentro de esta, existía un organismo como el Secretariado Social Diocesano, que se ocupó de recoger y difundir la información proveniente de los pueblos en relación a las cuestiones sociales y políticas, muy especialmente de las violaciones de los derechos humanos en relación a la violencia y al clima de coacción creciente en los pueblos y ciudades. La estrecha relación que mantuvo con religiosos y militantes cristianos, a los que regularmente exponía su criterio, escuchando y recogiendo sus sugerencias, fue garantía de que su mensaje ético se encontraba fundamentada en la participación e implicación de los creyentes y en un conocimiento profundo de la realidad vasca.
La reflexión ética de Setién se dio, además, en un contexto donde había una pluralidad de perspectivas respecto a la ética que correspondían, en parte, con diversos sujetos del país. Cabe recordar el debate que tuvo el obispo en la revista Talaia con el filósofo Fernando Savater a fines de los años noventa. Savater bien podría expresar la postura de un cierto constitucionalismo acerca de la ética. A riesgo de simplificar un debate más amplio, podría resumir la postura del filósofo donostiarra diciendo que este afirmaba que la ética era algo creado por cada individuo y que el ámbito de lo público y lo colectivo era la política (en este caso, la política democrática tal como se entiende en Europa occidental). La ética, de este modo, pese a reconocerse en unos valores universales, era asunto de cada persona.
En el ámbito de la izquierda abertzale existía también un proyecto ético propio. ETA comenzó a actuar contra la vida de las personas a fines de los 60, en un contexto en el que, junto con otras organizaciones marxista-revolucionarias europeas, quería romper el consenso que sostenía la legitimidad de los estados democráticos nacidos tras la segunda guerra mundial.
En el periodo de los 90 fue el filósofo maoísta francés Alain Badiou quien dejó su impronta ideológica en ese movimiento. Badiou escribió un libro sobre ética, traducido al euskara, que refleja, en gran parte, la perspectiva de la izquierda abertzale durante los 90 (recogida por el colectivo J. Agirre así como en los cuadernos de formación ideológica de la organización juvenil Ernai). Según Badiou, tras la caída del Muro de Berlín, la ideología de los Derechos Humanos se convierte en la fundamentación del nuevo capitalismo. Su ética plantea la necesidad de poner los valores al servicio de la rebelión y de la revolución (es decir, haciendo que valgan para unos -los revolucionarios- y no para los otros -los enemigos reaccionarios-). La estrategia de la “socialización del sufrimiento” proyectó esta perspectiva en nuestro país.
La ética propugnada por Setién estaba, pues, en lucha con otras éticas dentro de una situación muy problemática. Cada una de sus declaraciones fue un intento de sacudir la conciencia moral de los vascos, de tal manera que lo bueno y lo malo no pudieran confundirse por el tremendo antagonismo creado por la violencia política que amenazó con dividir a la sociedad en trincheras irreconciliables. Intentó denodadamente que la cohesión y la convivencia de la sociedad vasca no fueran destruidas por ella y que el miedo que trató de extender la socialización del sufrimiento no acallara el testimonio de la naturaleza de sus actos. Setién quiso discernir la naturaleza verdadera de la violencia de ETA, desvinculándola de la ideología y de los objetivos nacionalistas. En una polémica con el episcopado español, señaló la naturaleza marxista-revolucionaria de la izquierda abertzale. Con lo cual las reivindicaciones de esta debían distinguirse de las aspiraciones legítimas de los vascos nacionalistas.
La integridad con la que mantuvo sus posiciones le valió la inquina indesmayable de algunos poderes, que lo calumniaron junto con su institución. Vale la pena remarcar la fuerza de su mensaje ahora que ETA no solo ha dejado de matar, sino que ha tenido que disolverse, por pura vergüenza social del rechazo que causó su trayectoria entre el pueblo vasco. En ese rechazo, la palabra y la acción de la Iglesia Vasca y la de Setién fueron un factor muy importante. Tras la disolución de la organización violenta, de cara al futuro y al relato de los hechos pasados, los lehendakaris Urkullu y Barkos demandaron la necesidad de construir “un suelo ético”, evidenciando en la declaración conjunta que realizaron en Bertiz, el carácter ‘’injusto e injustificable’ de la acción de terrorista de ETA. Las instituciones vasco-navarras recogieron, así, el testimonio ético de ese obispo y de esa Iglesia, calumniados y baqueteados, pero que, en tiempos aciagos, supieron defender los valores humanos y los derechos de su pueblo.