Dice irónicamente mi hijo Mikel que en mis colaboraciones periodísticas de temática histórica o política, “ya va tardando mucho Irujo en aparecer”. Y yo prefiero indicarle que, en realidad, intento escribir sobre el sentido amplio en el que ha de asentarse la concepción democrática y sobre la verdadera naturaleza de las libertades humanas. Libertad y democracia, acepciones tan deterioradas en el sistema político español, fueron defendidas por Manuel Irujo siempre, en todo momento y lugar, pagando por aquella tamaña osadía con “cuarenta y largos años de exilio”, que, aún en excelente forma y vigor, pudieron contemplar los abertzales que acudieron a la Asamblea Nacional de EAJ-PNV en Iruña en 1977.

El político estellés, cristiano y católico practicante, sentía una gran devoción por la figura del Arcángel San Miguel, jefe del Ejército de Dios según el Apocalipsis de San Juan y considerado desde tiempos inmemoriales como santo guerrero y protector de los fieles. Su templo del monte Aralar, es citado ya en documentos del reinado de Sancho el Mayor de Navarra (“al Vallis de Araquil y sua Ecclesia Sancti Michaelis de Excelsis”) y, su santuario actual, que data del siglo XIII, permanece unido a la leyenda de Teodosio Goñi, esposo de Doña Constanza de Butrón (dueña de la Casa Larracea), asesino involuntario de sus padres y penitente encadenado que implorando ayuda al santo al grito de “!San Miguel me valga!” para salvarse del Herensugea que asolaba las tierras de Andia y Aralar, logró que el arcángel acudiera en su ayuda para matar al dragón con su espada.

Desde principios del siglo XX, San Miguel fue el símbolo de la articulación de un discurso identitario navarro y vasco desde múltiples ópticas y, en este sentido, también objeto de una gran consideración por parte del ámbito vascófilo en Navarra. En 1909 fue proclamado patrón de Euskalherria y del propio PNV y dos años más tarde, el periódico “El Eco de Navarra”, próximo en su origen a las tesis de la Asociación Euskara, dio cuenta de una excursión de militantes nacionalistas “de todas las provincias vascas” al Santuario de Aralar. En 1933, el propio Irujo participó en una de aquellas peregrinaciones de exaltación nacional vasca: “Día grande y de impresionante recuerdo, que ha dicho a Navarra incrédula ante el resurgimiento nacional de Euskadi cuanta es la fuerza y la fe para salvar a la patria única de los vascos”

En Estella, en 1935, ostentando el poder municipal los tradicionalistas, se produjeron serios incidentes a la entrada de la imagen del arcángel en la parroquia: “Los nacionalistas cantaban en euskera, como es tradición, mientras que los carlistas entonaron las mismas canciones en español (?) Al distinto vocabulario acompañaron miradas retadoras, gestos violentos, palabras cruzadas (?) que desembocaron fuera de la iglesia en la lucha violenta de los “agur” contra los “adiós”. Estampa de división que aún permanece en la sociedad del viejo Reyno.

El día 29 de septiembre de 1936, un día de San Miguel, el alcalde de Estella, el abertzale Fortunato Aguirre, -quien meses antes había denunciado las reuniones conspiratorios antirrepublicanas lideradas por el General Mola en el Monasterio de Irache-, apresado por los sublevados franquistas, recibió la orden de ocupar el asiento de un coche para trasladarse a Pamplona. Siguiendo la narración de Irujo, la orden de traslado, firmada por el entonces Gobernador Civil de Navarra, Sr. Etayo, “encubría hipócritamente la de su asesinato, según hábitos impuestos entre los “cruzados”.

Contra Fortunato Agirre se formularon cuatro acusaciones principales: era nacionalista vasco; había cobijado la Asamblea de Municipios Vascos que, en la vieja Lizarra, aprobó el primer proyecto estatutario vasco en 1931; resolvió el problema del paro en la ciudad con cargo a los contribuyentes y, dio carácter de festividad al día de San Miguel, (el ayuntamiento lo declaró fiesta cívica “invitando a la sagrada efigie a pasar por la ciudad en visita anual”), prefiriéndolo al del Corazón de Jesús, como proponían las derechas. En opinión de Irujo, el cargo más grave era el último, ya que para el tradicionalismo navarro, San Miguel “era una invocación separatista vasca, mientras que el Corazón de Jesús significaba la devoción española”. Como en tantas ocasiones a lo largo de la historia, el sectarismo obnubilaba la razón y la verdad histórica.

Siguiendo con el relato de Irujo, el coche que transportaba al primer edil estellés a Pamplona se detuvo en un recodo de la carretera para que un sacerdote asistiera en confesión a Don Fortunato. Junto al cura, también esperaba el piquete de ejecución, formado por requetés, dispuesto al fusilamiento. Cuando el jefe del piquete le hizo descender del vehículo, le espetó: “Hoy no te libra ni San Miguel”. Así, con una ajena apelación blasfema al santo de su devoción, terminó su honrada vida de servicio el abertzale navarro Fortunato Agirre.

Para Manuel Irujo Ollo, su gran amigo, “el día de San Miguel unirá, en adelante, a su propio y peculiar enunciado, el recuerdo, homenaje y aniversario dedicados al Alcalde de Estella, en cuyo sacrificio simbólico unimos a todos los que han sido sacrificados o padecieron persecución por sus ideales y por su patria”.

Y yo, para terminar este artículo, añado el verso que he escuchado desde pequeño y que aún mi madre recita a sus nietos: “Mikel, Mikel guria, zaindu, zaindu, Euskalherria”.