El otro Mediterráneo no tiene agua, ni pateras, ni fronteras, solo arena. Ese otro Mediterráneo es el Sáhara, con miles de dunas, tormentas de polvo, desiertos perennes, que engullen a hombres, y a mujeres abrazadas a sus hijos. Son dos mares crueles, bestias caníbales, que dejan un rastro de cadáveres. La muerte en el Sáhara es tan cruel como la del Mediterráneo, pero más dolorosa. Te arranca la vida con dedos secos y sarmentosos. Se cuela silenciosamente por la boca, por la nariz y por los ojos. Te resbala por la garganta, te roba la saliva, te revienta los pulmones y convierte tu pecho en un despojo más de ese terrible puzle. La noticia llegó hace unos días pero Europa, una vez más, hizo oídos sordos. Argelia ha abandonado en el Sáhara durante los últimos 14 meses a 13.000 migrantes, también niños, ancianos y embarazadas, sin agua, ni comida bajo temperaturas de hasta 50 grados. Obligados a caminar, incluso a punta de pistola, hacia el llamado Punto cero, en medio de la nada. Allí, unos se dirigen a Níger, situada a unos 15 kilómetros y otros a Mali. Cuentan los que sobrevivieron que “había gente que ya no podía más y se sentaron en la arena. Lloraban o simplemente gemían. Otros cayeron desmayados en el suelo y ya nunca se volvieron a levantar. Las autoridades argelinas nos quitaron los móviles y el dinero. Total, para qué lo íbamos a necesitar”. Desde 2006 Marruecos, Libia y Argel expulsaban a los migrantes, pero lo peor empezó desde octubre de 2017, cuando la Unión Europea ordenó a los países del norte de África que impidieran a los fugitivos dirigirse a Europa. El Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos ha instado al Gobierno de Argelia a que ponga fin a las expulsiones masivas sorprendidos como si se hubieran enterado ayer por los medios de comunicación. “En la mayoría de los casos, dicen, son detenidos en la calle, sin explicaciones, sin permitirles coger sus pertenencias, pasaportes o dinero”. Luego los conducen en grandes camiones atestados de gente, hasta el maldito desierto.