Rajoy no puede disimular su nerviosismo, el temblor en las manos le delató el miércoles cuando leía su respuesta a Margarita Robles. Me pareció incluso que en un momento del discurso cerraba los ojos, como si intentara negar lo evidente, el anuncio de la moción de censura. Fue entonces cuando el presidente comparó a los socialistas con el primer inquisidor general de Castilla y Aragón, Tomás de Torquemada (1420-1498). Su reseña histórica me arrancó del Congreso y me trasladó a la obra de Tom Wolfe La hoguera de las vanidades, transferida posteriormente al cine por Brian de Palma. Pero mi imaginación me llevó todavía más allá, conduciéndome a aquel martes de Carnaval, 7 de febrero de 1497, en que se apoya la novela. Aquel día, los seguidores del fraile reformista italiano Girolamo Savonarola requisaron y lanzaron a la hoguera en el centro de Florencia toda clase de objetos pecaminosos e instrumentos de vanidad como espejos, maquillajes, pinturas, vestidos refinados, instrumentos de música, libros, cuadros de Boticelli, y demás útiles perversos extraídos del arcano infernal. Hoy a las 9.00 horas de la mañana se ha iniciado en la Cámara baja el debate de la moción de censura para descabalgar de la Moncloa a Mariano Rajoy. No me iré por las ramas, la iniciativa me parece bien, incluso urgente porque lo ocurrido en esta legislatura es probablemente mucho más de lo que denunciaba la sentencia de la Gürtel. Hay que hacer una limpieza general, pero cuidado, no imiten a Savonarola y echen al fuego libros, cuadros, partituras musicales e incluso derechos humanos y de autodeterminación, porque “en tiempos de tribulación es peligroso hacer mudanza”, como dice el refranero. Hoy y mañana escucharemos en la Carrera de San Jerónimo verdades como puños, posverdades, mentiras y miserias. Será una radiografía aproximada de la España del siglo XXI, en la que demasiados partidos e instituciones arrastran todavía mentalidades franquistas que se debieran haber quemado hace tiempo en la hoguera.