El filósofo Macron
El refugio intelectual de la filosofía, su oportunidad de representar el mundo, de darle significado a través de un enfoque diferente, es importante”, ha declarado Emmanuel Macron, el joven presidente de Francia. Macron, exministro y exbanquero, escribió su tesis de graduación sobre Hegel, quien le enseñó que “dado que la filosofía está inextricablemente conectada a la realidad cotidiana, el mejor ejercicio filosófico era leer el periódico todas las mañanas”. Más tarde, conoció al gran filósofo francés Paul Ricoeur, de quien se convirtió en ayudante editorial y quien le influyó en sus ideas sobre filosofía política, ética, derecho y lenguaje.
Para Ricoeur, phronesis, el término que Aristóteles usaba para referirse a la sabiduría prudencial o práctica propia de la acción política, es la herramienta que utilizamos para entender problemas políticos o sociales con el fin de resolverlos lo mejor que podamos. No hay un único método o plan en la aplicación de la phronesis, ya que las circunstancias siempre serán diferentes. Por esta razón, argumenta Ricoeur, la phronesis no fluye de un código moral, de reglas que reclaman un estatus universal y normativo, sino de una vida ética, es decir, del plano de la acción.
Un indicador de la influencia de Ricoeur es una frase que Macron usa a menudo: “Et en même temps” (“y al mismo tiempo”). Eileen Brennan, profesora de Filosofía en la Universidad de Dublín, observa que Macron es propenso a repetir la frase cuando “anuncia planes para hacer dos cosas aparentemente incompatibles, como la liberalización del mercado laboral y la protección de las personas en las posiciones más inseguras”.
Al igual que el gran filósofo humanista francés Montaigne, Macron aboga por la necesidad de equilibrar una opinión con otra y mantener un cierto nivel de escepticismo al evaluar el conocimiento. Según el presidente, “es lo que permite a las políticas influyentes escapar del nihilismo y de todas las formas de cinismo” pues, “la verdad única, con todo el extremismo que implica, no es una solución”. El problema que Macron no contempla, quizá, es que en la práctica política se dan a menudo enfoques igualmente válidos a priori que compiten. Y es necesario tomar una decisión cuando hay diferentes impulsos éticos que van en diferentes direcciones.
Es posible que el presidente francés sugiera que debemos detenernos en la deliberación prolongada que acompaña a la búsqueda de la verdad y que mitiga la lógica descarnada en la toma de decisiones que a menudo se observa en la política de hoy. Entre autoritarismo y pasividad, Macron parece querer lograr un equilibrio que devuelva la dignidad a lo político, muy consciente de lo que Ricoeur llamaba “la fragilidad de la política”.
En Ricoeur -y también en Macron- se atisba que la consistencia y la fuerza de nuestras vidas deben ser juzgadas por nuestro apego a las promesas que nos hacemos a nosotros mismos y a los demás. En la campaña electoral, distinguiéndose de Le Pen y Jean-Luc Mélenchon, el líder de Defiant France, Macron explicó a un trabajador de Whirlpool en Amiens: “No voy a prometer que voy a nacionalizar su fábrica. La respuesta a lo que está sucediendo no es suprimir la globalización o cerrar las fronteras. No se deje engañar por aquellos que le dicen lo contrario. Le están mintiendo. Desgraciadamente, siempre habrá compañías que fracasen”. Y añadió que su gobierno invertiría fuertemente en programas de reciclaje para industrias en peligro de extinción.
En una entrevista reciente con Le Point, Macron criticó la “vida democrática insípida” de Francia y la “estupidez colectiva que fue la creencia en el fin de la historia”. Macron apuesta por una presidencia “Jupiteriana”, podríamos decir, la de alguien que quiere ejercer una autoridad tan digna como la atribuida al rey romano de los dioses, la de un presidente cuya legitimidad se nutre de su sabiduría práctica.
Macron parece valorar el reconocimiento de la singularidad del otro, el reconocimiento de que no hay soluciones simples y que las confrontaciones deben convertirse en diálogos, creando un espacio donde las respuestas pueden o no encontrarse pero donde las preguntas encontrarán oyentes respetuosos. No estamos seguramente ante un político-filósofo como aquellos que Platón sugería para liderar su República, pero lo cierto es que estas ideas reflejan una sensibilidad filosófica habitualmente ausente del discurso político contemporáneo.
Su partido, En Marche, no es un partido político convencional, sino un movimiento que busca la regeneración política por medio de esa idea -en la que insistía el politólogo estadounidense Ira Katznelson- de proceder “de los márgenes al centro”. Ello, sin embargo, no hace de En Marche un movimiento populista. A diferencia de los líderes populistas de izquierda y derecha de hoy, Macron no es un ferviente idealista, sino un político muy pragmático, aunque lo suficientemente prudente y con el suficiente bagaje intelectual como para no ser tildado de mero tecnócrata.
La reforma fiscal del presidente apunta a revertir el flujo de jóvenes talentos mientras corteja a los empresarios franceses. También busca atraer a profesionales extranjeros altamente cualificados que trabajan en sectores como inteligencia artificial, servicios financieros, ciencia y tecnología y que podrían estar considerando abandonar el Reino Unido debido a la incertidumbre relacionada con el brexit. La economía francesa ha crecido un 2,2% en el último año, pero un éxito más duradero dependerá de las tendencias mundiales de inversión, industria, tecnología y comercio.
Macron quiere que el Estado francés sea capaz de controlar el periplo de Francia en las aguas turbulentas de la globalización. Esto no significa un aumento en el peso relativo del sector público en la economía; por el contrario, significa convertir al Estado francés en un “Estado emprendedor” -por utilizar la expresión de la economista Marianna Mazzucato- que promueve el cambio y la innovación y que pueda también cosechar algunos de los beneficios de la inversión pública en I+D+i (habitualmente monopolizados por la empresa privada) con el fin de mejorar la cohesión social.
Hay ciertos paralelismos entre la filosofía política de Emmanuel Macron y la que exhibió Barack Obama durante su presidencia. En ambos se observa un “pragmatismo inteligente”, es decir, la convicción de que las recetas ideológicas hay que entenderlas simplemente como herramientas para resolver problemas. Y en ambos se observa también un propósito abiertamente declarado de combinar políticas tradicionalmente etiquetadas como de centroizquierda con otras asumidas como de centroderecha, amalgama, flexible y ajustado a los problemas específicos, de los elementos presentes en la conocida consigna del sociólogo Daniel Bell, quien afirmaba ser “un liberal en política, un conservador en cultura y un socialista en economía”. Obama impulsó el neoliberalismo económico, fue pragmático políticamente y progresista en cuestiones sociales y culturales. La presidencia de Macron no diferirá esencialmente de estos fundamentos.
A menos de un año desde su victoria electoral, los huelguistas han ocupado las calles de Francia para protestar contra el programa de modernización de Emmanuel Macron. Las encuestas de opinión muestran una paradoja: la mayoría de los votantes respalda las huelgas, pero una mayoría aún mayor respalda las reformas, incluida la reducción del número de trabajadores del sector público y la introducción de salarios basados en el mérito.
El presidente francés, cuya esposa Brigitte fue su maestra de arte dramático cuando era estudiante, es un gran aficionado al teatro y la música clásica, lo que le da la calidez natural del narrador de historias, el narrador que, por ejemplo, acompaña los encantadores sonidos de oboes, flautas y tambores en Pedro y el lobo, la obra magistral de Sergei Prokofiev. Algunos sentirán la tentación de establecer una comparación entre el joven presidente y Pedro, quien, en contra de los consejos de los mayores, se aventura más allá de los muros de su jardín para encontrarse con un lobo a quien finalmente supera en ingenio para sobrevivir triunfante.