Te levantas con ganas de dar un voltio en bici, pero no te atreves a abrir la boca porque hay evento social al mediodía (comilona), trabajo en casa y no has tenido la valentía de madrugar, cobarde de las narices, porque hace fresquito mañanero y está anunciada lluvia. Te plim-plas el cafelito con galletas, apartas la cortina y ves resolillo. ¿Lo intento o mejor me callo?, piensas. Al minuto vuelves a mirar al cielo: “Igual doy una vueltita en bici”, dejas caer (técnica corderito degollau). Como te has portado regular-bien durante la semana, Comandancia da luz verde para vuelta rápida. “Hora y cuarto”, prometes. Y te lanzas con el brío del chaval que sale de fiesta por primera vez. Pero de regreso a casa un señor con peto fosforito te manda parar. Vía cortada por carrera a pie. Miras al reloj y tiemblas. No solo hay que esperar al último clasificado, sino que toca procesión de seis kilómetros tras él. “Te va a matar”, dice una voz interior mientras vas en caravana. Pero aparece un ángel en moto: “Sígueme, que te vas a morir del asco”. Como Chris Froome, tras el ertzaina, superas la hilera de coches y al farolillo rojo; el ángel se aparta y te da vía libre. “Por la izquierda, con cuidado”, dice. Llegas solo una hora tarde y salvas el pellejo (de nuevo la técnica del cordero degollau). ¿A alguien le sobra algún comodín?