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Caza a los trileros

aquí no se libran ni los trileros. Por aquí nos pilla un poco lejos, pero en Benidorm son una plaga, y no sería extraño que acaben instalándose en un destino turístico como el nuestro. Donde hay bullicio y dinero siempre hay necesidad e ingenio. Ya sabe, disfruta plácidamente del paseo durante sus vacaciones y le irrumpe un tipo que le anima a descubrir dónde se esconde la bolita de marras, tapada por una chapa o un vaso. Los trileros suelen ser dos, el que da la cara y el que actúa de gancho, ese que hace como que pasa por ahí casualmente para apostar un dinero y llevarse el premio. Estos tipos son legión en las zonas más turísticas del Estado. Engañan todo lo que pueden y más, y son impunes ante la ley, nada extraño en un país de chorizos en el que, visto lo visto, pueden resultar casi entrañables. Hasta ahora, la única solución ha sido la desesperante acción policial hacia los operadores clandestinos, con el ánimo de que acumulen faltas y poderles acusar así de un delito de desobediencia continuada. No existe en el supuesto juego el factor suerte. Solo se gana si los trileros quieren. Traen tan de cabeza a los cuerpos policiales que el Senado debate mañana tipificar su actividad como delito de estafa en el Código Penal. El trilero, acorralado en su propio juego, llamado también a reinventarse.