De las matemáticas a la espiritualidad
Las matemáticas fueron mi asignatura preferida durante el bachillerato y salgo hoy con esta perogrullada porque me he emocionado con el magnífico artículo de Enrike Zuazua publicado en este diario el pasado 30 de junio. Me gustaba también la filosofía porque buscaba la verdad. Pero la verdad de las matemáticas no fallaba nunca y la filosofía trataba de cosas discutibles. Esta anécdota viene de hace unos 14 lustros pero Zuazua me la ha resucitado. No eran tiempos como para elegir carreras y mi suerte quiso llevarme a un camino jamás antes soñado que fue el estudio de principios elementales de teología y a la práctica de cierta espiritualidad. Esto fue capaz de dar un cambio a mis planes de futuro porque el espíritu te hace ser, no solo saber.
Pasado bastante tiempo, un encuentro fortuito con la joven filósofa catalana Mónica Cavallé me hizo ver claro que filosofía y espiritualidad no son lo mismo. Ella hablaba sobre todo de espiritualidad. Además insistía, y lo sigue haciendo, en que el fin de la filosofía es ayudar al ser humano a clarificar su vida y a avanzar hacia su liberación interior. De hecho, es fundadora de una Escuela de Filosofía Sapiencial o ciencia de la vida. Total, que me enganchó y poco a poco sigo su camino. Mónica Cavallé nos dice: “¿Qué es espiritualidad? Los antiguos subrayaban que lo que nos hace humanos -el nous-, es, paradójicamente, algo que trasciende nuestra mera humanidad. En el reconocimiento de esta naturaleza profunda, serla y vivirla, es donde se puede establecer la conciencia de la unidad con todo, porque esa naturaleza profunda nos unifica con nuestra propia fuente y con todas las demás formas de vida. ¿Qué somos, entonces? A esta pregunta no se le puede dar una respuesta intelectual sino una respuesta sentida, fruto de la experiencia. La experiencia de lo profundo nos dice que somos amor, inteligencia, energía, vida, presencia de ser. En un nivel radical, no es que tengamos energía, inteligencia o amor, sino que lo somos. Esa conciencia de ser es además, en nosotros, la fuente del sentido de la verdad, del bien y de la belleza. Para lograr vivir de esta manera, conscientes de ser esa plenitud esencial, es necesario desmontar la idea de que tenemos una identidad limitada y carente, que es falsa. Hemos de reconocer que ya somos esa plenitud esencial y reconocer que ya somos lo que anhelamos y eso se expresa en nuestra vida concreta. La vida es actualización, crecimiento. La espiritualidad abarca el reconocimiento de lo que somos en lo profundo y la expresión de eso que somos. Exige movilizar en nuestra vida concreta nuestra capacidad de comprender, de crear, de amar. Preguntarnos “quién soy yo” e indagar en nuestra naturaleza profunda. Una tarea fascinante que merece la pena porque nos cambia la vida y nos la acerca a la plenitud que somos.”(Revista Alanadar)
¿Mucho rollo? Puede. Pero si no nos renovamos, nunca llegaremos a ser lo que somos.