Se trata de intercambiar propuestas sobre cómo hay que hacer para enfrentar esas cuestiones: la desigualdad, las mutaciones en el empleo, la posición ante la tecnología, el envejecimiento de la población o las posibilidades que aseguran el futuro de las nuevas generaciones. Probablemente, no hay cuestiones más importantes que las citadas para construir la política de los hechos, aquella que conforma el sentido del futuro porque construye autopistas para llegar a los objetivos deseados.

El estudio de F. J. Goerlich Distribución de la Renta, Crisis Económica y Políticas Redistributivas, publicado por la Fundación BBVA (2016), llega a conclusiones interesantes que deben tenerse en cuenta. La primera es que el nivel de vida se deteriora desde el año 2007. La distribución de la renta también empeora desde ese año. El reparto de la crisis es muy desigual. El deterioro -sigue diciendo el estudio- se rastrea hasta toparse con el mercado de trabajo, sabiendo que en las economías desarrolladas la elevada desigualdad tiene efectos negativos sobre el crecimiento. De los dos factores que condicionan las rentas del hogar, la demografía y el funcionamiento del mercado del trabajo, este último juega el papel relevante en el aumento de las desigualdades. La política fiscal, que es en cambio el instrumento para influir en la distribución de la renta, emplea tres mecanismos: transferencias monetarias, impuestos directos y transferencias en especies. Las transferencias monetarias se estabilizan en los últimos años. Son, por ejemplo, las prestaciones por jubilación las que dominan el efecto redistributivo; de hecho, muchos hogares obtienen ingresos vía prestaciones de jubilación o ayudas de subsistencia. Las prestaciones por desempleo son las segundas en importancia y magnitud redistributiva. Los impuestos directos muestran un efecto moderado en comparación con las transferencias monetarias. La prestación de servicios públicos -educación y sanidad, sobre todo- es el tercer mecanismo. En ambos casos elevan los recursos disponibles y reducen la desigualdad de forma apreciable, lo que ocurre es que su objetivo es la igualdad de oportunidades.

La innovación tecnológica tiene impacto en la política de los hechos que describo. La transformación tecnológica de sectores industriales crea valor, incrementa la productividad y la riqueza de las naciones, pero la automatización de muchos procesos productivos, la robotización, las impresoras 3D, el ordenador o la digitalización de muchos aspectos de la producción y la aplicación de tecnologías polivalentes, exigen innovar productos e industrias, crear culturas empresariales innovadoras, valores e intangibles adecuados y conocimiento social asociados al sistema productivo. Las consecuencias son diversas, pero hay una destacada: la transformación de la estructura laboral y de los empleos.

El nobel de economía Michael Spenc citaba en el artículo La sustitución digital de la mano de obra que, a diferencia de la anterior ola de digitalización, la que impulsó a las empresas a buscar en todo el mundo fuentes de mano de obra valiosa subutilizadas y emplearlas, en esta ronda el impulso es hacia la reducción de costos mediante la sustitución de mano de obra. El debate toma tres direcciones: Pérdida de intensidad de la contratación laboral a largo plazo, con consecuencias en la calidad del empleo; incremento de la tecnología aplicada a los procesos de producción y a los productos, intensificación de la cualificación profesional y de la búsqueda de talento; y estrategias laborales dirigidas al crecimiento estadístico de los sectores periféricos de la sociedad laboral. En los tres casos anuncian mutaciones como: crecimiento económico sin creación significativa de empleo, empleos cada vez más especializados en los que la formación-cualificación tecnológica es condición para el desarrollo económico y la movilidad social ascendente; y crecimiento de trabajos con salarios bajos y precaria cualificación técnica que atienden necesidades gestadas alrededor del sector servicios. La hipótesis es que sin crecimiento económico no hay generación de empleo, pero a la vez no es suficiente para mantener el futuro abierto para todos los sectores sociales.

Ése futuro parece diáfano para los países que asumen las condiciones de la cuarta revolución industrial, tienen trabajo cualificado, la utilización del talento es una realidad empírica y las cualificaciones y los empleos marchan juntos. El enemigo de los países es la baja productividad. Ésta se relaciona con peores empleos, sectores productivos poco desarrollados con bajo valor añadido y futuro incierto porque la competencia no tiene muros o barreras infranqueables. Los empleos poco cualificados tienen mucha competencia, hay países que se incorporan en las últimas décadas al juego de la globalización y pueden destinar decenas de millones de trabajadores a competir y participar en empleos que, hasta ahora, los países del centro creímos tener en propiedad. O se aborda este hecho o habrá que decir que la desigualdad elevada viene para quedarse. Las repercusiones son significativas porque la mayor parte de quienes abandonan el segmento se desplazan al extremo inferior de la distribución de la renta.

Pocas propuestas gozan de consenso amplio como, por ejemplo, el papel atribuido a la mejora de las habilidades laborales de la población activa para enfrentar la baja productividad. Para algunos expertos es el determinante fundamental de la productividad, del nivel de renta y del bienestar de las sociedades. Los requisitos de los empleos se mueven hacia dos extremos: muy especializados o muy poco. La oferta de mano de obra es ilimitada para cubrir los últimos, pero es difícil encontrar argumentos para defender que la mayoría de quienes los realizan pueden ver aumentado el nivel de vida mediante los salarios. La globalización facilita, al menos, tres formas de estar en el mundo; el país donde se producen las ideas y hay trabajadores cualificados ; que no coincide con el que produce el producto, generando la mayor parte de los puestos de trabajo aunque, en general, son de baja o media cualificación. Hay un tercer grupo: los países que tienen el papel de figurantes, en los que los bienes y servicios son consumidos sustituyendo producción doméstica. En éstos no se originan las ideas creando empleo cualificado ni tienen localizado el ensamblado de los productos o servicios con miles de empleos aunque de bajos salarios. Son economías sometidas a la competencia global y viven al margen de la apropiación de valor añadido de los nuevos bienes y servicios y del incremento del empleo (cualificado o no cualificado).

Lo mismo ocurre con las llamadas al impacto que tiene la estructura demográfica en los procesos productivos y las políticas públicas. El problema es más significativo cuando coinciden el envejecimiento de la población y la baja productividad de las sociedades. Entre otras razones, el vocabulario de la productividad habla de generación de rentas y riqueza. Lo que ocurre es que o se aborda el problema de la baja productividad -nada fácil, por otra parte- o el envejecimiento generará consecuencias indeseadas para las sociedades que no mejoran las prestaciones económicas. La incidencia de la baja productividad en nuestras sociedades es el peor enemigo del envejecimiento demográfico. Por contra, la mejora sustancial de ésta con la generación de riqueza puede abordar de manera eficaz los cambios demográficos, visto que abordar las mutaciones de la población resulta problemático si se tienen en cuenta los cambios culturales, los roles de la mujer, las transformaciones en la estructura productiva, la situación del empleo con especial incidencia entre los más jóvenes y los bajos salarios que afectan más a los sectores en edad fértil.

Así, la división social de la era digital tiene, al menos, dos cortes: tener o no empleo es el más relevante, pero el segundo no va a la zaga: trabajar pero, ¿en qué profesión? ¿con qué contenidos? ¿en qué empresa? El crecimiento económico no traslada automáticamente la creación de empleos. Los cálculos empíricos dicen que el 20%-25% de la población activa entra en la categoría de trabajadores formados y “más o menos protegidos” por la seguridad de la formación tecnológica. Lo que se denomina el talento no es un bien asequible a toda la población. Los paisajes sociales hablan de expectativas, oportunidades, pero también de desigualdad. La sociedad del 25%, fragmentada por las características estructurales de la sociedad del conocimiento, la cultura del empleo y los estilos de vida, ni puede ni debe ocultar la existencia de sociedades fragmentadas y con futuros problemáticos. Ocuparse de estas cuestiones entra de lleno en la agenda de la política de los hechos. Cuando haya que evaluarla, habrá muchos ciudadanos que sabrán qué ha pasado y cómo se hacen las cosas.