Iba a venir el niño Dios, aunque nuestra sociedad occidental cristianizada, industrializada, robotizada e informatizada lo celebrara con varias semanas de fastos publicitarios llenos de luz y color, llenos de cuerpos femeninos semidesnudos y resplandecientes. Y de barbudos Papa Noel. Iba a venir el niño Dios, aunque al anochecer de estas semanas de enlace otoñal e invernal las madres y los padres, las abuelas y los abuelos, seguíamos sentándonos frente al televisor y seguíamos celebrando el ritual de la acción detectivesca y policial de cada día tras el psicópata o psicópatas de turno, autor o autores en la ficción de un sinnúmero de asesinatos en serie que nos eran mostrados en toda su crudeza. Todo ello entre cortes publicitarios llenos de promesas burbujeantes capaces de satisfacer los más atrevidos deseos sexuales.

Iba a venir el niño Dios, aunque los hijos o los nietos no salían de sus habitaciones tras volver del garaje en el que se reunían con los amigos para fumar unos porros y recomendarse las últimas porno visionadas on line. Aunque engarzaban con sus video juegos el discurrir de los días.

Iba a venir, cualquiera que fuera el cúmulo de nuestras distracciones; y el número de mensajes audiovisuales bombardeando nuestros sentidos. La humildad, la paz, el lazo familiar, la trascendencia, eran valores representados en la imagen nítida del portal de Belén y de sus integrantes. Que todavía algunos nos esforzábamos en recrear.