Al abordar este comentario sobre un libro que me ha impresionado, siento no haber encontrado una cita de Aristóteles leída hace años, en la que enfatizaba la insensatez de la juventud de su tiempo y les daba consejos para que se enmendasen. Yo no voy a dar ni medio consejo porque mi caída del guindo, aunque me ha hecho conocer una realidad a la que no daba mayor importancia, ha sido un tortazo letal. La novela, escrita maravillosamente por Emma Cline, joven pero experta escritora norteamericana de 27 años, se titula, en su versión castellana, Las chicas. Cuenta la historia de Evie, una adolescente solitaria e insegura, hija de una familia rica pero desestructurada, que se encuentra por casualidad, en un parque, con un grupo de chicas diferentes de las que hasta el momento había tratado: vestidas con verdaderos trapos usados por otras personas, van descalzas y presumen de vivir felices y sin preocupaciones pero, sobre todo, fuera de las normas. Evie, de 13 años, que ansiaba ser mayor y odiaba las rarezas de su madre y la desordenada vida de su padre, se apunta a los pocos días a la pandilla que le ofrece Suzanne, unos años mayor que ella y se va de casa. Viven en un rancho solitario y forman parte de una comuna que astutamente maneja Russel, músico frustrado, carismático, manipulador, líder y gurú. Sin saber lo que hace pero emocionada, Evie se sumerge en una espiral de drogas sicodélicas, amor libre, manipulación mental y sexual, con lo que pierde el contacto con su familia y con el mundo exterior. Con el tiempo, la deriva de esa comuna se convierte en una secta dominada por una creciente paranoia que los llevará a una violencia bestial. El libro describe con pelos y señales cada detalle de toda esta triste trayectoria con un lenguaje muy rico, con exactitud y belleza línea tras línea, de modo que engancha al lector a pesar de sentir repugnancia ante el panorama. Me atrevería a recomendar su lectura a padres y madres e invitarles a que cuiden de sus hijas e hijos adolescentes porque se están jugando su porvenir tal vez por condescendencia, por no organizar una bronca en casa o por desidia y tal vez malos ejemplos de los adultos. No hay peor ciego que el que no quiere ver y la verdad es que los viejos siempre vemos muchos defectos en la juventud y comparamos con nuestra propia historia, siempre tan diferente de la suya. Pero el panorama actual exige un talante observador y afectivo hacia los adolescentes y un ejemplo de vida sobre todo desde casa. Euskadi necesita una juventud que aspire a ser sabia por los cuatro costados.